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La rutina de la violencia

Antonio Caño

En los mismos días en que EE UU se estremece por el horror de Waco, un individuo armado con un rifle dispara contra cuatro personas en la puerta de los estudios Universal, en Hollywood, de donde había sido despedido años antes; un loco descarga su revólver contra dos transeúntes en Washington después de decirles, simplemente, "que tengan un buen día"; termina el motín en una prisión de Ohio con la muerte de siete reclusos y un guardián; la policía detiene en la capital de la nación a un personaje que se dedicaba a acribillar desde su automóvil a los habitantes de un céntrico barrio.Éstas son sólo algunas de las secuencias de violencia de las que los norteamericanos han sido testigos en las últimas horas. Ese recuento no incluye la violencia diaria a la que están sometidos los ciudadanos de las principales urbes, desde Los Ángeles, acosada por las pandillas armadas, hasta Miami, donde el turismo se resiente gravemente por una ola de agresiones contra los visitantes. Cada estacionamiento, cada esquina mal iluminada, cada parada nocturna en un semáforo en rojo, un simple paseo por un parque, pueden constituir en muchas ciudades de Estados Unidos un serio peligro, dentro de una espiral de miedo que confina a la población a sus casas de los suburbios y reduce los centros de las ciudades a guetos del crimen.

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La propagación de la violencia irracional, del crimen organizado, vinculado principalmente al tráfico de drogas, y de la delincuencia común suponen, sin duda, el mayor reto para el futuro de este país. Pistoleros, locos y desalmados pueden hacer más daño a la estabilidad de Estados Unidos del que causó el comunismo en medio siglo. David Koresh ha sido para Bill Clinton un enemigo mucho más peligroso que Sadam Husein o Gaddafi.

La violencia se extiende protegida por la venta legal de armas, Hace apenas un mes, el gobernador de Virginia, Douglas Wilder, tuvo que vencer fuertes resistencias para sacar adelante una ley que limita la compra de armas de fuego en su Estado a una por persona y mes. Es decir, que cada virginiano está restringido a la adquisición de 12 fusiles al año.

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