Oledores
Estos días, si lees el periódico con atención, puedes cazar alguna cosa que no tenga nada que ver con el crucigrama nacional. El martes pasado, por ejemplo, leí una noticia sobrecogedora sobre las dolencias de los edificios. Resulta que aquí mismo, en Europa, hay un montón de edificios que a veces no se encuentran bien, como nosotros. En general, las construcciones más afectadas por alguna clase de malestar pertenecen a oficinas u organizaciones públicas, y parece que el único modo de averiguar si están enfermas o no es entrar y olerlas. Así que un grupo de expertos de la CE va a recorrer Europa oliendo oficinas, y gracias a eso nos vamos a enterar de que muchas están mal de la moqueta, algunas tienen el sistema de ventilación lleno de hongos y otras, en fin, son unas neuróticas. La cosa es que según sea la enfermedad en el edificio, así será la de los que lo habitan. Lo que pasa es que a estos oledores de la CE les va a costar a veces distinguir el olor del edificio del de sus inquilinos. Por ejemplo, si entran en una oficina donde están todos locos, ¿cómo sabrán dónde termina la locura de la gente y empieza la de las paredes? Y si tuvieran que oler el despacho de un acosador sexual, ¿no habría algún peligro de atribuir al fax la patología de ese ejecutivo? Mi médico también me huele el aliento antes de diagnosticarme, y no es ningún vicioso. Pues eso es lo que van a hacer los oledores de la CE con las oficinas, porque la verdad es que hay algunas que echan un aliento que te mata si no eres un degenerado. El problema, claro, es averiguar si el hedor procede de los intestinos del edificio o del cerebro de un ejecutivo. De ahí que en el equipo de oledores de la CE sólo acepten gente que no haya pasado de los 30, porque a partir de esa edad uno ha olido ya tanta mierda, con perdón, que no distingue lo bueno de lo malo.
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