'Comida de coco'
La comida de coco que acerca del sexo llevan algunos de los más jóvenes de hoy (o al menos algunos de los que participaron en el programa de Mercedes Milá sobre la campaña de los preservativos) es de tal calibre que no sé si catalogarla de enternecedora o de patética.Cierto que la abstinencia (sexual, claro) es, Perogrullo dixit, el mejor sistema de prevención de las enfermedades de transmisión sexual y de los embarazos no deseados, tan preocupantes en adolescentes. Pero otra cosa es utilizar argumentos tan peregrinos como el de que es bueno el autocontrol porque "no somos como animales" que lo hacen" (me encanta este eufemismo) siempre que tienen ganas. La concepción del sexo que se encierra tras este argumento es la de algo sucio que mancha o vulnera o denigra al otro (a la otra más bien, lo que trasluce una concepción machista del tema), o la de algo pecaminoso, impuro, malo en sí mismo, a lo que es mejor entregarse las menos veces posibles.
Creo que el sexo es una de las características que nos diferencian, entre otras, de los animales, y que el hombre se comporta respecto a él de una manera sustancialmente diferente, pero no por el número de veces que lo practica, sino por la manera en que lo hace, por la incorporación en su disfrute (¡ay!, palabra clave, palabra maldita) de componentes eróticos, afectivos, imaginativos, lúdicos, terapéuticos incluso, perversos incluso (en resumen, psicológicos).
Ignoro si los animales pueden llegar a ser felices.
Confederaciones bienpensantes y demás (y en este sentido, la reciente sentencia no ha venido a ayudar mucho) han conseguido confundir la situación sobre la campaña con cortinas de humo sobre su veracidad, cuando lo que realmente se barajan son criterios seudomorales y no sanitarios ni sociológicos. Lo que les preocupa es que sus hijos practiquen el menor sexo posible, no el mejor.
Sólo me queda compadecerles por su pérdida de libertad, por sus limitaciones autoimpuestas en algo que no siempre es fácil o pleno, pero sí, desde luego, humano; por su estancamiento en imperativos culturales derivados de cierto tipo de concepción religiosa.
Y sobre todo, compadecerlas a ellas, presuntas herederas de una, por lo que se ve, no culminada revolución sexual que tanto hizo por el feminismo y por las mujeres en general en su lucha por ser reconocidas como personas completas y no sólo como meras engendradoras de niños, reposo de guerreros, seres sin alma.-
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