Chistes sobre el comandante en jefe
Dificultades de los militares de EE UU para adaptarse al nuevo estilo impuesto por Clinton
Un día antes de que Bill Clinton efectuase este mes su simbólica visita al portaaviones Theodore Roosevelt, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas norteamericanas se reunió con la tripulación del buque para advertir que no importa lo que opine sobre el presidente; como su comandante en jefe, merece todos los respetos. La arenga no sirvió para nada. Antes de que Clinton subiese a bordo, los oficiales y soldados del portaaviones se habían despachado a gusto, contando a los periodistas los chistes más irrespetuosos sobre el presidente.
"¿Saben aquél de un soldado que le dice a otro: "Parece que Clinton conoce más de la guerra de lo que creíamos; con sus nuevas normativas vamos a estar obligados a cuidar mejor nuestra retaguardia?""Éste y otros chistes de tan pésimo gusto sobre la presencia de homosexuales en el Ejército, o sobre la influencia de Hillary Clinton, o sobre la reducción del presupuesto militar, o sobre la negativa del presidente a acudir a la guerra de Vietnam circularon por la cubierta del Roosevelt con la misma intensidad con la que, al parecer, circulan a diario por los cuarteles de todo el país como testimonio del gran abismo político y cultural que separa a los militares de la actual Administración.
"Tres horas no es mucho tiempo para conocer un barco", comentaba uno de los oficiales del Roosevelt que acompañó al presidente durante su visita, "pero tres horas es más tiempo del que el presidente Bill Clinton ha pasado en una unidad militar a lo largo de toda su vida".
Llevaba razón. La falta de experiencia de Clinton en asuntos militares y el contraste que eso supone con anteriores presidentes -como George Bush, que contaba con su particular historia de heroísmo durante la II Guerra Mundial- se ha presentado como uno de los principales obstáculos de su Gobierno y una fuente de conflicto permanente con el Pentágono.
De mal en peor
Durante la conferencia de prensa del pasado martes Clinton tuvo que responder a una pregunta en la que se le interrogaba sobre cómo pensaba resolver esta situación, y contestó que estaba convencido de que, con el tiempo, los militares se acostumbrarían al estilo de su nuevo comandante en jefe.Las cosas no han podido ir peor. Clinton se estrenó con la propuesta de levantar la prohibición a los homosexuales en el Ejército que finalmente tuvo que aplazar hasta julio para evitar acciones de rebeldía. El Gobierno continuó anunciando un recorte de los gastos de Defensa de 120.000 millones de dólares en cinco años, lo que obliga al cierre de numerosas bases en todo el país.
Otro motivo de discrepancia fueron las acciones que la Casa Blanca decidió en Bosnia, a las que varios jefes militares contestaron que el lanzamiento de ayuda desde el aire era ineficaz y que cualquier otra implicación mayor sería una locura.
En la más agria de todas esas polémicas, la de los homosexuales en el Ejército, Clinton perdió el respeto de los soldados y las simpatías de dos hombres claves en la elaboración de la política militar: el general Colin Powell y el presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, Sam Nunn.
Fuentes de la Administración afirman que Clinton es consciente de lo delicado del tema, y aseguran que la Casa Blanca está elaborando una estrategia de aproximación al Pentágono. El primer paso lo dio Clinton al mencionar la posibilidad de aceptar que los homosexuales sean limitados a ciertos puestos alejados de las misiones de combate.
Desde el enfrentamiento de enero, cuando Powell llegó a amenazar con adelantar su retiro, Clinton ha mantenido varias conversaciones privadas con el jefe del Estado Mayor, de quien la prensa norteamericana afirma que se está convirtiendo en el mejor interlocutor de Clinton con el Pentágono.
Entre los problemas que Powell ha transmitido a Clinton figura que el Departamento de Defensa es en el que menos nombramientos ha hecho la presente Administración.
El conflicto de Clinton con el Ejército supone un asunto de mayor preocupación ahora que la sociedad norteamericana empieza a sentir el miedo de que la crisis de Rusia degenere en un estado caótico en aquel país, todavía en posesión de un importante arsenal nuclear. Algunos parlamentarios ya han pedido al presidente que reconsidere sus ambiciosos planes de reducción del presupuesto de Defensa.
Gran parte de la incomunicación obedece al abismo que separa el estilo de este presidente de las tradiciones del mundo castrense. Un comandante en jefe que fumó marihuana y que se rodea de colaboradores jóvenes sin sensibilidad por las hazañas bélicas de su antepasados sólo puede encontrar, cuando menos, cierta reticencia entre los uniformados.
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