Pobres
En 1980, el teólogo liberador español Luis de Sebastián abandonó El Salvador, donde había contribuido a crear una esperanza de cambio no desde la perspectiva exclusiva de la esperanza como virtud teologal, sino como virtud necesaria y, por tanto, convencional, histórica, cultural. Luis de Sebastián es hoy uno de nuestros más profesorales, activos y críticos economistas, y ejerce la docencia a veces incluso desde la sección de Cartas al Director de EL PAÍS. Sigue vinculado a América, al que considera su primer más que su segundo continente, y está al día sobre las intenciones del Bundestag y las impotencias de Solchaga.Le descubrí como polemista en un programa de Mercedes Milá de hace una década y le sigo el rastro, que ahora lleva a un libro absolutamente indispensable, Mundo rico, mundo pobre, perteneciente a una colección cuyo título se las trae (Sal terrae), y ofrece una reflexión de fondo sobre la relación entre la cultura del mercado como panacea que nos ha invadido y la cultura de la solidaridad, de la que ya sólo se habla en algunas misas, sean religiosas o agnósticas. Pero no se habla de lo uno y lo otro desde la ideologización convencional o la teoría sin datos ni conocimiento histórico. Tampoco es un discurso dogmático desde viejos o nuevos dogmas, sino la sublimación del saber profundo y concreto sobre las posibilidades que ofrece la ciencia económica realmente existente para ser un instrumento en contra de la suma de la antigua y la nueva pobreza.
En un mundo en el que la economía de la pobreza casi se ha convertido en una asignatura especialidad neutral, es estimulante que libros como el de Luis de Sebastián propongan "la eficacia en la producción de la riqueza con la justicia de su distribución", en contra de la injusticia de su acumulación como único fin.
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