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Los extraordinarios avatares de un día normal

202 detenidos, 18 incendios, 3 borrachos en el suelo... decenas de casos que por habituales ni salen en los diarios

Ana Alfageme

"¿Hoy es luna llena?", preguntó el policía en la madrugada templada del jueves 18 de marzo. "No", contestó alguien en el coche patrulla. El cielo despejado no devolvía ningún reflejo al asfalto de la glorieta de Carlos V. Era un cuarto menguante muy avanzado. "Pues eso sí que se nota, en los partos, en los suicidios y en las broncas. La gente va como loca". Y eso que el turno de noche había comenzado con una reyerta familiar a dos pasos de la calle de Fuencarral. Era la medianoche y por la escalera bajaban los ecos de los exabruptos. Una cara pálida, la de una muchacha, abrió la puerta. Lo primero que se ve es el vientre abultado del padre cada vez con más sangre encima: tiene una ceja partida.

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Y la madre, regordeta, con el pelo decolorado y corto, que vocifera -"ésa, que es una hija de puta, esa que está ahí, eso no es una mujer, es un hombre"- Ésa es la otra hija, que se sienta en una banqueta de la cocina, con un perro pequeño entre las piernas. Sus ojos miran la escena, con los tres policías dentro. "La culpa la tengo yo por estar aquí, pero desde hace 20 años, vamos", decía el padre, "si yo vengo de bajar escombros..." La mujer chilla: "Estoy harta de fregar escaleras para que tú bebas. Me he tomado unas cañas por que me maltrata, me ha metido en la bebida él". "Tú calla, mamá, que has empezado tú y nosotros nos hemos defendido", dice la hija que abrió la puerta.No quieren ir a comisaría, pero Félix, el cabo de la Policía Municipal, dice: "Denuncien o no, yo lo voy a contar a la autoridad judicial, porque esto ha pasado los límites de lo razonable". Al final, Blasa, que no deja de chillar, y Antonio denuncian, cada uno en un coche. Una vecina del barrio le cuenta a un agente que la mujer cobra a menudo. Y la hija, que sigue pálida, dice que se quieren divorciar: "Pero, claro, está el piso, que es de los dos...". "Lo de siempre", diría un superior después, "Ios pobres nunca se pueden separar".

Las 24 horas de un miércoles cualquiera en Madrid se pueden dibujar por las noticias -el escándalo de las viviendas de precio tasado encima de la mesa del alcalde, José María Álvarez del Manzano, por ejemplo-, por los 61 muertos que hubo -una niña de un año la más joven y un abuelo de 93 el mayor- y, por qué no, por los partes de ambulancias, bomberos y policía -la nacional y la municipal- que relatan los avatares del Madrid más canalla y el más insólito, el reivindicativo -cinco manifestaciones, desde 180 afectados por el síndrome tóxico destilando ira ante la Audiencia Nacional hasta 220 vecinos de San Blas ante el hospital de Maudes enardecidos por sus problemas de vivienda- y el inolvidable: para esos madrileños anónimos para quienes el 17 de marzo fue una jornada negra o una fecha feliz.

Este miércoles de cielo despejado lo maldecirá, seguro, el hombre que quería robar la iglesia de unos franciscanos en la Latina, al amanecer, con tan buena suerte que se cayó dentro y acabó en el hospital. ojos dos señores que se quedaron atrapados en un ascensor de la fábrica de cementos Valderribas, en Vicálvaro, durante más de una hora. Los bomberos tuvieron que utilizar la escala para trepar por la fachada y salvarles.

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O la mujer morena que vio, atónita, cómo su flamante coche perfectamente aparcado en la calle de Ferraz daba una giro de 90 grados él solito. "Si es que", decía con los ojos enrojecidos y dando caladas nerviosas al pitillo, "me pudo haber matado, iba a cruzar la calle y vi cómo esa pareja se lo llevaba por delante". La pareja en cuestión empotró su coche contra un semáforo y acabó en el hospital. Fue un susto más de la crónica sangrienta del asfalto: tres atropellos -dos de ellos por moto-, seis heridos, 24 accidentes. La peor parte la llevaron los motoristas, dos lesionados. Uno se bajó del Vespino y quiso darle un guantazo al conductor que le había cerrado en pleno paseo de la Castellana.

También a María le dio su coche un disgusto: casi le da un patatús -es cardiópata- cuando un policía municipal se quedó con su carné, su permiso de conducir y sus papeles del coche al ir a recoger a su hija a Barajas el miércoles bien tempranito. "Todo por no haber pasado la ITV, pero me dejó indocumentada, me denunció por insultos y yo ni siquiera abrí la boca".

Y, sin luna llena, hubo bromistas -llamada a los bomberos diciendo: "Hay un coche ardiendo en Ríos Rosas" y el coche no apareció-, pero no suicidios, aunque un techo de la calle de Ventura de la Vega decidió caerse ese mismo día. Eso sí, el miércoles dejó a cinco ciudadanos sin coche, y a uno sin moto, por culpa de las llamas -hubo 18 incendios de los de verdad- y quizá de algún maldito graciosillo.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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