El travestido y la alcantarilla
El caballero cuarentón asomó su peinado con raya al lado izquierdo por la ventanilla del coche patrulla y explicó: "Mire, agente, que tengo un travesti en el coche y... es que no se quiere bajar". "Sí, claro", masculló un policía por lo bajinis, "se le ha metido él solito en el coche". Dentro del todoterreno de cinco millones del hombre, aparcado en la esquina de Rosales con Marqués de Urquijo, un vozarrón salía del rostro duro con melena rala y oxigenada: "Ningún problema tengo", dijo el travestido, "porque, gracias a Dios, no le estoy robando, le estoy pidiendo lo que es mío". "Sí", responde el del coche, "3.000 pesetas por bajarse". Y el otro contesta: "Llevas toda la noche dando vueltas y ofendiendo a los travestis, so maricón", gritaba con sus pantaloncitos de colorines. "Venga, bájate", ordenó el policía. Y apostilló el acusado: "A ver quién es éste [el conductor], que le dejan marchar". "Nadie, chica, nadie", le tranquilizaba una compañera de trabajo, que añadió: "Ése a Marilyn la recogió en la farola, abajo"; el travestido no se cortó al despedirse: "Permítalo Dios que te estrelles, que se vaya ese volante".Este incidente no llegó siquiera al parte de incidencias de la policía. Y tampoco un caballo muerto cerca de La Paz, ni una conversación que por la emisora de la Policía Municipal versaba, ni más ni menos, sobre una tapa de alcantarilla... que había desaparecido del túnel de la calle de Sinesio Delgado al abrigo de la oscuridad. "Estamos aquí porque puede pasar cualquier cosa", explicaba el patrulla a sus jefes. "Pues avise", le contestan. Y el patrulla: "Si es que ya pasó otra vez y no vienen. Vamos a tener que quitar una tapa de ahí al lado, que hay menos peligro, a ver si encaja". Y encajó.
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