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Sepultureros de libros

Tres empleados del cementerio han sido trasladados a una biblioteca municipal

A Nicolás, Antonio y José, que rondan los 60 años, les han cambiado de oficio de la noche a la mañana. Son víctimas de la privatización del servicio funerario. La idea del Ayuntamiento de Madrid de convertirles en bibliotecarios del centro cultural Antonio Machado, en el distrito de San Blas, ha suscitado alguna queja.

"No se puede colocar a tres personas (y ellas no tienen la culpa) en un trabajo que requiere una sensibilidad y cultura especial", concreta un lector. "No es de recibo que en una biblioteca haya un cartel con una tremenda falta de ortografía: 'Los libros ke se entreguen ... ; es una humillación para ellos mismos", apostilla.

"La falta de preparación les lleva también a no tratar a los lectores infantiles adecuadamente: les retiran el carné sino devuelven los libros a su hora, sin pararse a pensar que, a lo mejor, es que los padres no les llevan cuando es debido", agrega.

"Estamos aprendiendo"

Una empleada de esta biblioteca, que trabaja en el turno de mañana (ellos están en el de la tarde) también duda que el Ayuntamiento les haya recolocado en el puesto adecuado: "Cuando vengo por la mañana", se quejaba hace unos días, "me encuentro muchas fichas de libros desordenadas: alguno no se sabe bien el abecedario, y el trabajo nos toca hacerlo a los demás".Antonio, Nicolás y José han trabajado casi toda su vida en el cementerio de La Almudena, como oficinista, como guarda y como enterrador, respectivamente. "Qué culpa tenemos nosotros de que nos echen del cementerio y nos traigan aquí. Es verdad que no tenemos estudios, pero estamos aprendiendo".

José, que no reniega de su anterior oficio -"yo era enterrador"-, subraya con rostro serio: "Aquí no se trata mal a nadie; a todos, sean pequeños o mayores, se les trata con respeto y educación. Eso sí", explica José, "tenemos órdenes de registrar las carteras de los niños; están faltando muchos libros, ¿sabe usted?".

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José se ampara también en las instrucciones de sus superiores para justificar las sanciones. "Los que no traen los libros a su hora son castigados. Todo depende del retraso. Se retira el carné cuando hay más de quince días de retraso o un mes... Mientras no nos digan lo contrario... Hay gente que lleva sin devolver un libro más de un año".

José admite la queja sobre la falta de ortografia cometida al cambiar una q por una k, aunque añade que el letrero no está expuesto al público: "Esto [muestra un pequeño papel pegado en su mesa] no es un cartel; es un escrito para mi uso particular. No está cara al público. Apunto algunas cosas para no olvidarlas", explicaba hace unos días. Nicolás, el mayor de los tres, fue guarda del cementerio de La Almudena durante muchos años. Atribuye los "errores" que pueda cometer a los escasos días que llevan él y sus compañeros en el nuevo oficio de bibliotecarios.

"Entramos hace sólo tres semanas; todo el mundo necesita un tiempo de aprendizaje. Que sepamos", asevera Nicolás con aspecto serio, "nadie se ha quejado de nosotros. Si la directora [municipal de bibliotecas] no está contenta, pues que nos mande a otro sitio".

Los rostros de José y Nicolás muestran muchos años de exposición al sol y a la lluvia. El menos castigado es, sin embargo, el de Antonio, que trabajó en la oficina del cementerio. "Hacemos las cosas lo más buenamente que sabemos y podemos", dice.

Ausencia de quejas

La directora de bibliotecas municipales, María Ángeles de Diego, argumenta: "No me ha llegado ninguna queja sobre ellos. Ninguno es analfabeto. Es más, uno trabajó en la oficina del cementerio; al margen de que siempre hay con ellos otra persona más experimentada que les enseña qué tienen que hacer".De Diego lamenta: "La gente es muy impaciente. Los tres están en periodo de aprendizaje. Recuerdo que hace nueve años me enviaron a dos conductores de la EMT a una biblioteca y después de un tiempo de aprendizaje comenzaron a funcionar perfectamente".

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