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El drama del teatro

Brander Matthews, que ocupó en la Universidad de Columbia, desde 1899, la primera cátedra de teatro dotada en una universidad de habla inglesa, mantuvo en sus libros de carácter teórico una posición claramente decidida por la valoración de la representación teatral. En su A study of the drama se refiere in extenso a la necesidad de visualizar el texto teatral, soporte necesario pero no único de la ordenación escénica propuesta en toda representación teatral.En este aspecto de su extenso trabajo, se situaba en el centro de la discusión teórica del momento y reconocía la presencia ineludible del director escénico como ordenador y responsable del resultado final de toda puesta en escena. Parece innecesario recordar el debate ya centenario, pero sí es preciso señalar que su planteamiento, desde el contexto universitario, proyectó no pocas luces al desarrollo de los acontecimientos.

Pero no debemos olvidar que la controversia no se ha cerrado todavía, si nos atenemos a la reciente bibliografía y a los ásperos tonos que ha inspirado últimamente en las páginas de este periódico. Resulta curioso, sin embargo, que la cuestión se haya planteado (por parte de un colectivo de directores) en términos tan desviados y generalizadores, mezclando y desvirtuando aspectos y realidades que la historia del teatro en nuestro siglo ha abordado y precisado con pocas sombras y menos dudas.

En efecto, la controversia planteada por la primacía del director a finales del pasado siglo, y que se mantuvo durante décadas en los escenarios occidentales, se basaba en el principio ya totalmente aceptado del director creador de un orden escénico revelador de las virtualidades teatrales contenidas en un texto.

Otra cuestión es la suscitada por los directores creadores de un espectáculo que se basa en una obra (teatral o no), la adapta o adopta para promover su visión particular de una circunstancia. Con ello, se prescinde, ignora o condena a los autores dramáticos a una extinción a la que la profesión se resiste con brío a través de sus más eximios representantes.

Directores creadores

En efecto, si durante la década de los años cincuenta nadie puede negar al teatro francés un elenco de autores teatrales de primer orden, poco ha quedado en nuestro días de aquella circunstancia. Autores de innegable peso han debatido la cuestión. El caso de Beckett y su control de la dirección escénica de sus obras se acuerda bien con las diatribas a que somete Ionesco a los "directores creadores".

Se trata en realidad aquí de una controversia (también vieja, como puede verse) entre el teatro de inspiración individual (desde los dramas de Miller a las tragedias de lonesco) y los escenarios de la tradición brechtiana, en los que irán poco a poco imponiéndose los "directores dictadores", cada vez más atentos a los escenarios del poder que a los lugares de la farsa.

Entre Alan Schrieider y Antoine Vitez se sitúa la frontera de ambos lenguajes escénicos. En el primero trasmina la concepción del director-revelador que ya está en Stanislavski, y en el segundo predominan las fórmulas consagradas desde el siglo XIX del teatro como proyecto de acción en el que se mezclan la política ("teatro popular") y una determinada concepción estética.

Talento

Naturalmente, he consignado directores cuyo denominador común es el talento, porque en el talento creador reside otro plano del debate suscitado aquí por el señor Hormigón y contestado amplia y contundentemente por el señor Haro Tecglen. Siempre, en todas las posturas escénicas, ha predominado sobre la teoría la práctica artística. En ella está la razón última de este plano inapelable del debate y no en otro lugar.

Desgraciadamente, pensamos tener razón, en los distintos planos de esta controversia, quienes pensamos como el señor Haro Tecglen que el resultado final del treatro español ahora resulta demasiado negativo para achacar toda la responsabilidad a tal o cual práctica de la crítica teatral. Alguna recae, a nuestro entender, sobre el colectivo que suscribe el escrito del señor Hormigón.

Como ha señalado el mismo lonesco, toda obra "es una exploración en tinieblas de lo que llamamos el mundo del inconsciente... No sabemos muy bien lo que una obra, una novela, puede implicar, y por eso precisamente existen los críticos. Por eso están ahí, para intentar ver, comprender o que ha intentado decir el autor o, por lo menos, lo que ha dicho sin querer".

Todo ello, naturalmente, se aplica al director creador (autor) de un espectáculo. Y la terrible circunstancia del teatro español ahora es que tal debate, el único intelectualmente válido, se plantea en el escrito del señor Hormigón como una batería de reproches que cañonea a la figura del crítico como si esta batalla pudiera sustituir a la que él y sus representados (no todos,. por suerte) han venido perdiendo, desde la transición política, en todos los escenarios españoles, disparando salvas cuyo ruido no ocultaba las limitaciones de un talento cuya ausencia nos ha impedido sentir la hermosa tensión. catártica que produce todo buen espectáculo, y que nos atará al banco duro pero exaltante del teatro.

es catedrático de Teoría y Práctica del Teatro en la Universidad de Alcalá de Henares.

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