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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

París y Serbia

CUANTO MÁS complicada, sangrienta y aterradora es la situación en Bosnia-Herzegovina, mayor es la irritación y el escepticismo con que se la contempla desde fuera. Mientras la guerra continúa enfrentando a ser bios y bosnios y, más esporádicamente, también a croatas, con la otra mano se sigue negociando para conciliar las ideas de la CE y de la ONU con los puntos de vista de los presidentes de los musulmanes bosnios -Alija Izetbegovic- y de los serbios bosnios -Radovan Karadzic-. Y en última instancia, para disciplinar al verdadero señor de la guerra, el presidente de Serbia, Slobodan Milosevic. La última ronda de negociaciones de los copresidentes internacionales de las conversaciones de paz, Cyrus Vance y David Owen, se ha celebrado en París. El resultado, por el momento, ha sido de combate nulo.Se trata de convencer a Milosevic de que contenga a los serbios de Bosnia, en este momento los principales culpables de las salvajadas que se están produciendo en la zona. Como presidente de Serbia, Milosevic tiene la fuerza necesaria para hacerlo. Pero no quiere. Por dos razones: por una parte, porque se opone a que lo que es interpretado oficialmente como una disputa interior (serbios, musulmanes y croatas bosnios) sea transformado en agresión exterior (la de Serbia contra Bosnia), aceptando así que él maneja los hilos de la violencia; por otra, porque la aceptación del plan de paz por Milosevic reduciría el control territorial de los serbios en Bosnia del 70% al 43%.

Dicho lo cual, se trata de forzar a los serbios bosnios a aceptar el plan que proponen Vance y Owen para la partición de Bosnia-Herzegovina en 10 regiones semiautónomas integradas entre sí como otras tantas piezas de un rompecabezas, un plan que obligaría a Karadzic y a Milosevic a renunciar al corredor que comunica Serbia con la zona serbia de Bosnia.

Tras las sesiones de presión mantenidas en París por el presidente Mitterrand, su ministro de Exteriores y los dos conegociadores -Owen y Vance- sobre Milosevic durante la semana pasada, éste intentó invertir los términos, diciendo que antes de discutir el plan debía llegarse a un alto el fuego en Bosnia y al levantamiento del embargo que pesa sobre Serbia. Considerando cuánta responsabilidad tiene él en que no cesen las hostilidades, es evidente que sus exigencias responden al daño que está causando a Serbia el embargo internacional, por limitadamente eficaz que sea. Pero bajo ningún concepto debe darse a Slobodan Milosevic la impresión de que lleva la iniciativa; la firmeza con él es la mejor receta, y es importante que la comunidad internacional, y en especial la CE, la utilicen. Por esta razón, fue bueno que Mitterrand presidiera la reunión de París poco después de concertar con Clinton la necesidad de presionar a Milosevic.

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Hoy tiende a admitirse que una intervención militar para detener la guerra es inviable. Pero no lo son el aseguramiento del espacio aéreo, la constitución del tribunal internacional para crímenes de guerra o el reforzamiento del embargo que pesa sobre la nueva Yugoslavia. El camino de la paz en Bosnia-Herzegovina pasa exclusivamente por la aceptación del plan Vance-Owen por parte de croatas, musulmanes y serbios. Sólo una vez que empiece a ser aplicado podrán mandarse los soldados (entre 50.000 y 120.000, en cuadrados o no en la OTAN) necesarios para garantizar la ausencia de incidentes. Y del respeto por las reglas del juego que observe Serbia debe depender el levantamiento del embargo.

Lo primero es acabar con la sangría. Más tarde podrá pensarse si la estructura política que Owen y Vance negocian con las partes encaja con las exigencias de una paz duradera. No es sencilla la armonización futura de las diferentes nacionalidades y será necesario actuar con extremo cuidado para evitar que la solución, en vez de detenerse en una libanización armoniosa de Bosnia-Herzegovina, acabe degenerando en la creación de 10 franjas de Gaza.

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