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Nixon vuelve a la Casa Blanca

El hombre del Watergate aconseja sobre Rusia a su joven sucesor

Antonio Caño

Pocas entrevistas sostendrá Bill Clinton en la Casa Blanca tan apasionantes y controvertidas como la que el lunes mantuvo con Richard Nixon. Con pocos personajes conversará Clinton a lo largo de su mandato de quienes esté tan opuesto políticamente, tan lejos generacionalmente, y de quienes, al mismo tiempo, tenga tanto que aprender. Habitualmente, cuando alguien se sienta frente al presidente de Estados Unidos, lo hace para escuchar. En esta ocasión, el que escuchaba era Clinton, que citó a su anciano antecesor a la residencia presidencial para recoger ideas y consejos sobre infinidad de cosas relacionadas con el manejo del mundo, pero, sobre todo, sobre cómo hacer frente a las relaciones con Rusia y con su presidente, Borís Yeltsin.Clinton, de 46 años, y Nixon, de 80, son casi el ying y el yang de la política norteamericana. Cuando Nixon aspiraba por primera vez a la presidencia, Clinton estudiaba el bachiller; cuando Nixon profundizaba la guerra en Vietnam, Clinton se manifestaba contra ella; cuando Nixon construía su liderazgo anticomunista, Nixon era un turista en Moscú; cuando Nixon estaba a punto de ser arrollado por las turbulencias del Watergate, a Clinton le ofrecieron una plaza para trabajar en ese caso en el comité de investigaciones del Congreso. El puesto no lo ocupó él, pero recomendó a una compañera de profesión que le era muy próxima, Hillary Rodham, la actual primera dama, que no ha vuelto a hablar con Richard Nixon desde hace 20 años.

Aunque parezca mentira, dos personajes tan opuestos pueden ser mutuamente útiles en estos momentos. La iniciativa del encuentro la tomó el. actual presidente, quien quedó impresionado de la conversación telefónica de 40 minutos que el viernes pasado sostuvo con Nixon. Tenemos que seguir hablando, le dijo Clintón, y le invitó a cenar el lunes en la Casa Blanca.

Bill Clinton ha comprendido que Nixon le puede ser muy útil en un aspecto fundamental de su política exterior, el de la actuación de Estados Unidos en relación con la crisis de Rusia, un asunto en el que el presidente no es un experto. Nixon y Clinton están de acuerdo en que es necesaria una generosa ayuda económica norteamericana para sostener a Yeltsin en el poder y evitar el ascenso de los conservadores, pero Clinton tendrá que librar una dura batalla en el Congreso para arrancar esa ayuda en momentos en los que la propia Casa Blanca pide sacrificios para reducir el déficit. El respaldo de Nixon en este asunto le puede servir al presidente para vence la resistencia del ala derecha republicana.

Para Nixon, esta entrevista supone su plena rehabilitación dentro del mundo institucional de Washington después de la larga penitencia de marginación que siguió al Watergate. El hecho de que Clinton reciba a Nixon después de a Jimmy Carter, pero antes que a Ronald Reagan, significa que el viejo halcón republicano se ha ganado ya un puesto de honor en el escalafón de los ex presidentes. Si la química de esta reunión funciona, Nixon podría llegar a ser algo más que eso: un nuevo guru de la Casa Blanca, un catedrático, por fin, con cátedra.

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