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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuba y la elección directa

EL MIÉRCOLES pasado tuvieron lugar en Cuba unas elecciones a la Asamblea Popular y a las asambleas provinciales, anunciadas a bombo y platillo como un paso importante hacia la democratización del país. La novedad de estos comicios ha consistido en que, por primera vez, los cubanos han podido elegir por voto directo a los diputados del Parlamento: hasta ahora eran designados por las asambleas provinciales. Fidel Castro ha destacado mucho el significado de esta elección directa, que, sin embargo, careció de dos de las condiciones esenciales que conforman cualquier proceso político democrático: la libertad de opinión y crítica y la existencia de candidaturas alternativas ante las que el elector pueda optar.Nada de ello ha existido en las elecciones cubanas. Había una candidatura única oficial, y todos los órganos de prensa, radio y televisión prepararon machaconamente las elecciones: es decir, indujeron a los ciudadanos para que no dejasen de ir a votar y para que pusiesen en la urna la papeleta oficial sin modificación. En barriadas y aldeas, los comités revolucionarios y la juventud comunista hicieron una labor constante, incluso el día mismo de la elección, para que todo cubano se sintiese obligado a votar, e incluso amenazado si no lo hacía.

En ese marco, los resultados tienen escaso valor. Pero hay un dato importante: el significativo número de electores que han votado blanco o nulo (entre un 20% y un 30%, según estimaciones no oficiales). Es un gesto que exige, en las condiciones actuales de Cuba, una dosis importante de riesgo y valentía ciudadana. Que tantas personas se hayan decidido a hacerlo demuestra que el descontento existe y que el régimen no puede desconocerlo durante más tiempo. Cuba no tiene una única ideología, aunque la propaganda oficial sólo está destacando el éxito del Gobierno y una participación altísima, el 97%. Cifra que, lejos de ser índice válido de entusiasmo popular, señala más bien la anormalidad del proceso electoral. No es algo desconocido: casi todos los regímenes autoritarios organizan consultas seudodemocráticas al pueblo, en las que obtienen triunfos aplastantes, con casi el 100% de participación.

Es cierto que, así, Castro no satisface ni por lo más remoto la demanda general de democratización del régimen, pero no lo es menos que ha movido un peón en el tablero, que ha esbozado un gesto al permitir que el elector tachara nombres de la lista única. Cabría explorar si en ello reside un anticipo de diálogo.

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