Mulroney renuncia como primer ministro de Canadá
El primer ministro de Canadá, Brian Mulroney, de 54 años, presentó ayer por la tarde su renuncia, ocho años y medio después de haber asumido el cargo, según anunció el presidente del Partido Conservador, en el poder, Gerry St. Germain. Esta decisión está destinada a permitir a su partido elegir a un nuevo líder, en un momento en el que el Gobierno canadiense atraviesa un momento difícil y cuando se acerca la fecha de las próximas elecciones al Parlamento de Ottawa, que deben celebrarse, lo más tarde, en noviembre.
Mulroney fue elegido con una holgada mayoría en 1984 y 1988. Prefirió retirarse antes de tener que enfrentarse a una tercera contienda electoral en condiciones totalmente desfavorables. Los últimos sondeos le daban una cuota de popularidad de apenas el 17%. El primer ministro saliente, además, había recibido suculentas ofertas del sector privado que pueden haber acelerado su decisión.Dos factores han contribuido a la caída de imagen del primer ministro saliente: la crisis económica y la persistencia del problema de Quebec. Los canadienses deben convivir con una inflación anual del 11%, una tasa sin precedente en este país. Canadá, acostumbrado a la bonanza, atraviesa hoy por una coyuntura delicada, debida al estancamiento de los precios del petróleo, una de sus principales fuentes de divisas, y a la recesión en Estados Unidos, con el que Ottawa realiza las tres cuartas partes de sus intercambios.
Por otra parte, el rechazó por los electores en un referéndum, en el mes de octubre pasado, de una propuesta destinada a resolver la larga crisis constitucional y a fijar de una vez las relaciones entre Quebec y las provincias anglófonas, había puesto a Mulroney en una situación difícil de soportar. El primer ministro había hecho una campaña activa para defender el sí en la consulta, y la victoria del no le había alcanzado directamente.
Anglófono y quebequés
Mulroney, un anglófono que nació en Quebec, había resultado elegido en 1984 precisamente porque esta doble pertenencia parecía susceptible de ayudarle a resolver el viejo conflicto de la belle province. El primer ministro saliente, efectivamente, había logrado flexibilizar las relaciones entre Ottawa y Montreal, y había establecido un diálogo incluso con los sectores quebequeses más radicales.La decepción por la victoria del no en el referéndum fue proporcional a la esperanza que había generado este desbloqueo. Los electores no sólo rechazaron el acuerdo de Charlettown alcanzado por los principales partidos y destinado a resolver la crisis constitucional, sino que también expresaron así un rechazo global al aparato político.
Este clima antipartido, un fenómeno también nuevo en Canadá, había afectado directamente a Mulroney. Los canadienses, cansados por la interminable crisis constitucional, acusaron a sus gobernantes de gastar más tiempo en inventar sutilezas constitucionales que en solventar una crisis económica que golpea duramente los bolsillos de todos.
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