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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La salud moral en el Reino Unido

EL ASESINATO de un inocente, el niño James Bulger, a manos de dos inocentes, dos niños de 10 años de edad, ha suscitado una angustiada pregunta sobre lo que ocurre en el Reino Unido con la moralidad y las costumbres de su sociedad. Hay quien mezcla estos horrores con la degeneración social o económica, o, incluso en el límite, con el espectáculo de la desintegración progresiva de la familia real británica, y aprovecha para deducir que el Reino Unido ha entrado en barrena y que sus más preciados valores se desintegran.¿Es realmente así? No es necesario demostrar que la británica es posiblemente la más liberal y abierta de las sociedades democráticas. Tampoco lo es que la constante degradación de la economía, la dificil perspectiva de una digna supervivencia para una buena parte de la juventud y otros muchos factores han desembocado en un aumento del índice de criminalidad del 54% en la última década, según datos de la policía británica. Uno de cada tres hombres ha sido procesado antes de los 30 años... De pronto, masas de jóvenes (hooligans o no) descargan su agresividad colectiva en noches de violencia urbana y niños de edad cada vez más temprana son reos de crímenes cada vez más horrendos.

¿Son útiles los mensajes de que los crímenes o el comportamiento delictivo y violento de sectores marginales de la sociedad son, efectivamente, minoritarios y, ciertamente, no nuevos, por lo que no es necesario inquietarse más de lo conveniente? ¿Puede despacharse de esa manera? Evidentemente, no. Entre otras cosas, porque el asesinato del pequeño James Bulger pudo haber sido evitado por un público que se ha acostumbrado a no manifestar la menor prueba de solidaridad colectiva.

Los expertos señalan diversas hipótesis para explicar hechos de crueldad extrema como el señalado. No hay un criterio coincidente: desde la insistente difusión de mensajes violentos en la televisión hasta la mitifcación del triunfo individualista. En realidad, todo ello conforma un magma social inquietante y sombrío para un final de siglo que ve resurgir actitudes, individuales y tribales, que se creían superadas con la práctica de la razón:, agresividad, xenofobia, racismo, apatía, desinterés...

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La sociedad democrática desarrollada está padeciendo en estos tiempos unos males que ya no pueden ser presentados como las manifestaciones minoritanas e inevitables de un sistema globalmente bueno, como su válvula de escape, sino que son uno de sus resultados más perversos. La juventud crece y vive sin perspectivas reales de un futuro aceptable, es el no future de los primeros punkis; los trabajadores ven erosionarse su bienestar o la pérdida de su puesto de trabajo, de dificil recuperación si han tenido la desgracia de llegar a la madurez. La economía no sale de su marasmo. El liderazgo social y político es cada día menos respetado y acatado.

Es posible que la sociedad británica no sea realmente culpable: no es sencillo ni probablemente justo extrapolar consecuencias colectivas de las conductas individuales. Lo que sí es posible es deducir la responsabilidad de los líderes -políticos, sociales y de opinión- por su incapacidad para dar ejemplo de honradez, y moralidad, por su falta de imaginación pata salir del atolladero, por su ineptitud a la hora de dirigir al, pueblo que los elige y que cada vez quiere elegirlos menos. Como afirma The Independent, todas estas cuestiones han acabado por producir "una generación (o más bien un inquietante sector de una generación), para la que palabras como el bien y el mal, lo correcto y lo equivocado, están vacías de contenido".

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