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Major amenaza con romper a Maastricht si se le impone la Carta Social.

Enric González

El Tratado de Maastricht vuelve a pender de un hilo. Una extraña alianza de la extrema derecha conservadora con laboristas y liberal-demócratas pone en peligro la aprobación de] texto en el Reino Unido y, adicionalmente, coloca otra vez al borde del abismo al primer ministro, John Major. La oposición quiere incluir la Carta Social, que Major se negó a aceptar en su día; los tories rebeldes aprovechan el tema para lanzar su definitivo ataque contra el proyecto de Unión Europea. Y Major amenaza con romper el tratado y dejar sin Maastricht a toda la Comunidad. Faltan aún seis u ocho semanas para la crucial votación, pero la tensión es altísima.

La inclusión del Reino Unido dentro de la Carta Social no significaría, técnicamente, el fin de Maastricht. Implicaría probablemente una nueva ronda de ratificaciones por parte de todos los países comunitarios. Pero, tal como señalan los laboristas, el conjunto de la CE no debería ver con malos ojos, sino al contrario, la aceptación por parte británica de la misma normativa laboral a la que, el resto de los Doce se somete.La presión comunitaria para que Londres acepte la Carta Social es especialmente intensa tras el caso Hoover (el traslado a Escocia de una factoría de aspiradoras ubicada hasta ahora en Francia, por los menores costes y la sumisión de los sindicatos en el Reino Unido). El Gobierno francés ha protestado airadamente contra la "peculiaridad" británica, y tanto el presidente de la Comisión, Jacques Delors, como el Parlamento de Estrasburgo, reclaman que la reglamentación laboral de la CE sea la misma para los Doce, sin excepciones como la obtenida por Major.

El problema no es técnico, sino político y personal. Para el primer ministro británico, que presentó como su gran éxito en la cumbre de Maastricht la cláusula de salida de la Carta Social, supondría una humillación insoportable que el Parlamento le impusiera ahora lo que los otros líderes comunitarios no pudieron imponerle hace 14 meses.

Major cree que su país debe estar al margen de la ley laboral. europea, y ha lanzado ya una grave amenaza, a través de su ministro de Exteriores, Douglas Hurd: nunca aceptará el tratado con Carta Social. Si la enmienda 27 (la referida a esta cuestión) es aprobada, el Gobierno británico tirará el tratado. a la papelera y no habrá Maastricht para nadie.

Amenazas

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La desmesurada amenaza iba dirigida a los laboristas y, sobre todo, a los muy procomunitarios liberales-demócratas. El problema es que ni unos ni otros le han tomado muy en serio (no creen que Major sea capaz de llegar a tanto y convertirse en el paria de Europa). En el extremo euroescéptico de la alianza, los conservadores rebeldes han visto confirmadas sus esperanzas: votando a favor de la Carta Social (que detestan) podrían hundirlo todo.

A sus rebeldes, Major les ha lanzado otra amenza que suena a farol: el que vote a favor de la Carta Social será expulsado del partido. Es la peor sanción que puede imponerse a un parlamentario. Pero los rebeldes tampoco le creen: son entre 20 y 30, y expulsarles significaría dejar en minoría a un partido que ganó las elecciones por sólo 11 escaños. Major estaría entregando las llaves de Downing Street a los laboristas de John Smith.

John Major parece estar en un callejón sin salida. Pero tiene casi dos meses por delante. Es mucho tiempo para que los encargados de la disciplina de voto, los látigos, presionen individualmente a cada uno de los rebeldes, aunque no será fácil erosionar el núcleo de euroescépticos- irreductibles. Se trata, en general, de antiguos thatcheristas cuya carrera polítíca está, de todas formas, acabada, y consideran su voto a favor de la enmienda 27 como una especie de autoinmolación final para librar a su país de Maastricht, esa "abominación asquerosa, esa inflamación ambulante de la política brítánica", en palabras de lord Norman Tebbit.

De no asegurarse la victoria en esa votación, Major tendría varias opciones: dimitir (posibilidad que no espanta en absoluto a los rebeldes, ni, lógicamente, a la oposición), tragarse la humillación (no la primera, pero sí la más grave) y seguir adelante como un sonámbulo, romper el tratado y forzar una tremenda crisis en el Reino Unido y la Comunidad, o jugárselo todo a la arriesgadísima carta del referéndum.

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