El taxi, a prueba
Quince mil taxis circulan por Madrid. Un colectivo tan grande ha de incluir, por fuerza estadística, personas de todos los pelajes.. Por tanto, miles de profesionales dignos se ven afectados, igual que los usuarios, por una minoría de conductores que basan su negocio en la estafa al cliente y la desconsideración con los desavisados. La falta de vigilancia o de trampas policiales para desenmascarar a los listillos deja casi indefensos a muchos ciudadanos, sobre todo a los forasteros. Varios redactores de EL PAÍS han puesto a prueba a 35 taxis para elaborar este reportaje. De ellos, 22 incumplieron algún punto de las ordenanzas. El resultado, no obstante, carece de valor estadístico.
Demasiado cerca
El taxista 2024 cometió tres infracciones graves en tres minutos el pasado viernes en la estación de Chamartín. Una viajera -en realidad, una periodista- subió al taxi y le dijo:-A Donoso Montesinos, 3.
-No sé dónde está -contestó.
-Sé que queda por Agustín de Foxá, por aquí cerca. ¿No tiene guía?
-No, no tengo guía, y si está aquí al lado, pues va usted andando en vez de discutir conmigo. O coja un taxi por ahí. Yo no la llevo.
-Pues yo quiero ir en taxi y tengo prisa.
-Pues yo no la llevo. Bájese.
-Pues déme la hoja de reclamaciones.
-Qué le voy a dar la hoja. Bájese, y si quiere tomar la licencia, está fuera.
El siguiente
La viajera anotó la licencia y encaró a los otros taxistas: "¿Quién es el siguiente?". El grupito preguntó qué pasaba. La chica se explicó y un hombre se lanzó sobre el coche y pegó un puñetazo: "Hijo puta, si lleva emisora y todo; lleva a la chica". Pero el taxi se escapó. Era carne de cinco denuncias: una, por no entregar la hoja de reclamaciones -falta grave, suspensión del permiso por tres a seis meses-; dos más por no tener a la vista las tarifas y los recargos y la guía de calles -falta leve-, una más por negarse a prestar el servicio estando libre -falta grave-, y la más grave -muy grave-, por bajar a la viajera, que no era ni una fugitiva de la justicia, ni llevaba más droga encima que el café matinal. Y tampoco exhibía más bulto sospechoso que una mochila. Ni sugirió ir por ningún camino forestal o intransitable, que es lo que justifica una negativa. Y como no había ningún guardia cerca -ante el que tiene el conductor que explicarse-, pues el taxista se pudo ir.
El siguiente en la cola abrió la puerta como si le hubiera caído encima un castigo, pero cogió la guía, y entre improperio e improperio dirigido a su compañero, hizo los 600 metros que le separaban de su destino. "Si es que estás una hora en la cola y claro, si vas al aeropuerto lo has compensado, pero aquí está el que quiere. A veces se tiene suerte y a veces no".
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