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Ginebra y la antigua Yugoslavia

¿Quedan los serbios como amos del juego? ¿Acaso no han decidido aceptar el acuerdo VanceOwen únicamente porque corresponde a su victoria sobre el terreno? En efecto, ¿qué será la nueva Bosnia aparte de una confederación débil, atrapada entre los tres pueblos y una autoridad internacional, de manera que la desviación de los componentes mayoritarios del nuevo Estado hacia Serbia y Croacia consumará, en el nombre de la autodeterminación de los pueblos, lo que se inició por las armas, las deportaciones y las violaciones masivas? Afortunadamente, esta interpretación pesimista no es aceptable. Efectivamente, los dirigentes serbios temen un levantamiento contra ellos, ciertamente tardío pero peligroso, de la opinión pública y los Gobiernos occidentales. Existe aún una posibilidad real de que el nuevo Gobierno estadounidense y diversos países europeos entreguen armas a Bosnia, de que se imponga un embargo real tanto por tierra como por mar, de que la presión sobre Voivodina o sobre Kosovo, inaceptable para Hungría o los países balcánicos, tropiece con un veto absoluto de las potencias occidentales, a pesar del apoyo específico de Rusia a Serbia. Por muy insuficiente que haya sido, la intervención de la opinión pública no ha dejado de tener cierta repercusión. La lenta máquina de los Estados empieza a ponerse en funcionamiento, aunque las Naciones Unidas sigan manteniendo en el terreno unas tropas que desempeñan el papel de rehenes más que una labor de protección de las poblaciones. Pero no llevemos el optimismo más allá de los muy estrechos límites hoy permitidos. Es más sensato llegar a la conclusión, entre dos posturas opuestas igualmente exageradas, de que el sentido dado al acuerdo que se elabora en Ginebra dependerá en muy gran medida de la presión que los países occidentales ejerzan sobre Serbia. No hay nada resuelto: las soluciones que se discuten actualmente definen un armisticio más que una paz. Bosnia puede mantenerse o desaparecer, la lucha puede desplazarse a las fronteras entre Croacia y Serbia; ésta puede empezar a preparar desde ya medidas contra las mayorías albanesas de Kosovo. En un sentido más profundo, no hay solución yugoslava para el problema de la antigua Yugoslavia; no puede haber más que una solución europea. Si, a pesar de su condena moral de las exacciones ser bias, la, opinión internacional ha permanecido paralizada, ha sido porque no creía en la posibilidad de construir un Estado multinacional en la antigua Yugoslavia, no más de lo que cree en la realidad de esa CEI cuyo nombre es casi contradictorio. Lo que llamamos un Estado nacional ha sido siempre una combinación de unidad y de diversidad, asociadas lenta y prudentemente a lo largo de los siglos. Un Estado multinacional del tipo del Imperio Austrohúngaro es demasiado débil como para resistir a las presiones nacionales, y los Estados homogéneos, en estas regiones de mezclas de nacionalidades, caen fatalmente en esa represión de la que Milosevic ofrece el ejemplo más brutal. Por consiguiente, hay que reconocer que en estas regiones ya no pueden constituirse verdaderos Estados nacionales, que los países no pueden ser más que provincias integradas en un espacio económico y cultural internacional, con administraciones más que con Estados. Evidentemente, este planteamiento no satisface las pasiones desencadenadas, y aún menos el proyecto de creación de una gran Serbia, pero es el único que puede poner Fin a la violencia declarada. Ahora bien, supone una intervención directa de Europa, ya prevista en los nueve puntos del acuerdo de Ginebra, y que deberá adquirir formas económicas y militares más concretas todavía.

El presidente Izetbegovic pide armas a los europeos, pero lo que éstos deben dar no es el medio para elevar la intensidad de los combates, sino para establecer una paz que no puede apoyarse más que en la dependencia común de todos los adversarios con respecto a decisiones y recursos procedentes de Europa. ¿Están los países europeos dispuestos a asumir la inmensa tarea de garantizar la vida de las poblaciones desplazadas, de darles seguridad y asegurar su subsistencia, de atender a las consecuencias más graves de la violencia, de hacer que se respeten leyes y fronteras? Si no hay una voluntad europea, esta región del mundo seguirá sometiéndose a la voluntad local más fuerte, la de Milosevic. La opinión pública acepta de manera favorable los acuerdos de Ginebra, a falta de otras decisiones en perspectiva, pero nada indica aún que los Gobiernos estén dispuestos a comprometerse cada vez más profundamente en esta región para hacer viable la situación. Por eso la presión de la opinión pública, que ya ha incitado a Milosevic a la prudencia y, en cierta medida, al acuerdo, debe mantenerse y fortalecerse. Pero esta presión no debe ser puramente moral, sino que tiene que tener un contenido político. Denunciar los horrores de la guerra lleva enseguida a condenar a todos los bandos y, por consiguiente, a caer de nuevo en el error que ha paralizado durante tanto tiempo a las opiniones públicas y los Gobiernos: creer que la violencia nacía de los odios inexpiables entre los nacionalistas serbios y croatas, musulmanes y serbios o croatas, etcétera, mientras que la causa decisiva de la guerra y del recrudecimiento de las pasiones nacionales ha sido el proyecto de limpieza étnica para la creación de una gran Serbia homogénea.

En cuanto a intervenir directamente en la guerra, no creo que la opinión pública esté dispuesta a ver morir a compatriotas suyos para salvar a Sarajevo. Por consiguiente, es necesario que la opinión pública apoye una intervención netamente política de Europa, sólidamente apoyada en amenazas no sólo de intervención militar, sino, sobre todo, de aislamiento político y económico, pero que se traduzcan en una limitación real de la soberanía de los nuevos países. Debe quedar claro que Bosnia no tendrá otra realidad más que la que le confiera la protección europea, único elemento de contrapeso al irredentismo de los serbios y de los croatas. Por tanto, hay que apoyar con la mayor firmeza posible las negociaciones de Ginebra, en lugar de intentar fortalecer a uno de los bandos. La única manera de detener la ambición destructora de Milosevic es imponer en la región una solución internacional, de manera que toda iniciativa de Milosevic aparezca como directamente dirigida contra las potencias occidentales. Lo que no puede prolongarse es la presencia de las fuerzas de la ONU, impotentes a la hora de terciar entre los bandos y que impiden uña intervención más firme. Pero esta intervención debe ser portadora de una solución política y no mantener una guerra que no puede beneficiar más que a la parte más belicista: Milosevic.

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es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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