Compromiso, no posturas
Vivimos tiempos en que, los que nos acercamos peligrosamente a los 40, experimentamos una doble sensación de crisis: la propia del tópico tradicional que concentra en esta frontera ciertas desavenencias consigo mismo y con el entorno y, por otro lado, la que caracteriza a los que tuvimos la suerte de vivir la lucha y los ideales cuando el franquismo agonizaba, la ilusión y la esperanza de la transición, el desencanto del nuevo orden socialista. A esta segunda crisis me vengo a referir cuando propugno compromiso y no posturas. .Es cierto que el contexto occidental que inspira nuestras pautas de conducta no es el más propicio. También es un hecho irrefutable que los conceptos se modifican y hay que ajustar necesariamente nuestras posiciones. Las obligaciones económicas han doblegado los espíritus más nobles y generosos. Todo esto es verdad. No obstante, algunos ilusos confiábamos en que la llegada a las estructuras del Estado de otros pensamientos y otros sentimientos quebrarían una tradición de años. Solidaridad, honestidad, libertad... tomaban, de nuestra mano, el poder para modelar toda la acción política, social, cultural y económica del país en torno a la idea de compromiso y cambio. No ha sido así: es difícil perseverar en la fidelidad cuando se nos somete a una seducción constante y creciente. Como decía Cocteau, pronto la pátina oculta el bronce. El traje Loewe ha desplazado a los vaqueros, la casa rehabilitada y el chalé en la playa en lugar del piso compartido a ser posible en barrio conflictivo, el despacho con muebles italianos por los locales de las asociaciones de vecinos, la postura por el compromiso.
Así se explica la televisión hortera que ofrece modelos de violencia, irreflexión e incultura; las propuestas a los jóvenes cargadas de sumisión y pasividad, carentes de creatividad e iniciativa; el consumismo salvaje y a gran escala, cueste lo que cueste; el imperio de lo mediocre, lo banal, lo frívolo; el aniquilamiento y el acoso sistemático de la crítica y la opinión libre... Han venido a instalar la cultura de la imagen, por supuesto limpia y sonriente, recabando cuotas de satisfacción inmediata al servicio de los intereses más personales y menos costosos. Han dado sepultura, en un alarde de amnesia ideológica, a los sueños de fraternidad, de renuncia, y en su lugar han establecido el reino del lucro, de las poses efímeras.
En este orden de cosas, es preferible ni comentar siquiera las llamadas del caudillo González al, rearme moral del ciudadano. Es demasiado cinismo o demasiada ingenuidad-
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