Los dados
El azar significa una cara determinada del dado. En ella no estaba grabado un número, sino una flor, y puesto que el vocablo es árabe, los jugadores que en la antigüedad apostaban en círculo bajo la mirada de Alá, cuando arrojaban el dado en una encrucijada del desierto sabían que si esa flor se revelaba sobre la arena, cualquier camino que eligiera el jefe de la caravana sería favorable. Seis caras tiene el dado, pero siete veces, al día cambia el corazón de los humanos, y cada vuelco que da esa víscera supone también una jugada distinta, una baraja nueva. El azar, o azahar, equivale a una flor y a un dado: ambos impulsados por los latidos de la sangre, marcan el destino. Hay que recordarlo ahora, en el tiempo de la epifanía, cuando el sol inicia la rueda. Muy pronto se van a manifestar las flores del almendro y de los prunos, que sin duda darán una gran cosecha de dados y naipes, con alguna reina de corazones colgada igualmente de las ramas. En medio de la iniquidad de este mundo están llegando ya los erizos perfumados por la mar, en las calmas de enero, y después, entre más flores y apuestas, subirá la savia desde el fondo de la tierra hasta llenar innumerables muslos de nácar, y todo irá bien si al echar el dado sobre el polvo v es abrirse los ojos verdes de las habas, que crecen mientras Dios muere y resucita en el primer plenilunio de primavera. Con el deshielo aparecerá el cuerpo de Ofelia hibernado en todos los valles, junto a un juego de dados abierto por la misma cara donde estaba inscrita una rosa. La suerte es una mujer inconstante, pero siempre quedará alguien que quiera regresar contigo a Itaca en verano, cuando los largartos palpitan, aunque sólo sea navegando la sombra de una higuera bajo el sonido de las chicharras. Luego habrá que quemar las páginas amarillas que caen de los árboles, en compañía de las barajas usadas, y cubrir con las flores podridas de otoño los dados de marfil; entonces quedará tan solo tu corazón latiendo, y cada uno de suslatidos será una jugada nueva.
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