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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sociedad civil y la Corona

LA GRAN virtud del discurso de Navidad pronunciado por el Rey es que en él hizo, tal vez por primera vez de forma tan explícita, un llamamiento al engarce de la Corona con la sociedad civil española. Don Juan Carlos aludió a las cuestiones específicas que han lastrado a los españoles a lo largo de 1992 -Inquietudes económicas, preocupaciones políticas, algún pesimismo, brotes de xenofobia, dificultades en Europa, desastres ecológicos, terrorismo-, y propuso que instituciones y ciudadanos hicieran, dentro del mecanismo del Estado de derecho, un bloque "para enfrentarnos a los problemas ( ... ) viniendo trabajo, inteligencia y buena voluntad".Aunque ocasionalmente generalizador en exceso en el fondo o solemne en demasía en la forma -con lo que arriesgaba perder la atención de sus oyentes-, el mensaje estaba ahí: el Rey apuntó sin estridencia, pero directamente, a la necesidad de una renovación ética en la política, a un nuevo respeto a los valores morales y a los dictados de la ley. Puede que, recordando la polvareda que suscitó hace año y medio el discurso pronunciado en Granada mencionando expresamente la corrupción -primera vez en que se hacía referencia pública a un problema cuya existencia emergía-, el Rey haya querido ser menos directo en su denuncia.

Aun así, las alusiones no dejaron de estar claramente presentes: "No generalicemos sin fundamento las conductas individuales censurables; pero censuremos públicamente, juzguemos y sancionemos con arreglo a la ley las que lo sean". Y fue en estos pasajes finales de su alocución en los que el Rey, al aludir a la "probidad y austeridaU, recordó que sólo con estas dos virtudes Ias instituciones y la Corona que os sirven" serían capaces de recuperar o consolidar la confianza y el respeto de la ciudadanía.

El de 1992 no ha sido un año fácil en Europa para la concepción monárquica de la política. Con todo, los escándalos que han afectado a la Casa de Windsor, cuestionando, la continuidad y la razón misma de la monar quía británica, no son extrapolables a la española más que en un sentido: la comprensión de que la Corona, a finales del siglo XX, tiene su sustento en un consenso con el pueblo, que es depositario de la soberanía. Dicho en otras palabras, la fórmula monárquica, desprendida de su apoyatura en un poder absoluto de origen divino, descansa ahora en la renovación continuada de la confianza y respeto mutuos entre monarca y ciudadanía. Y eso le, ha entendido don Juan Carlos perfectamente.

Las alusiones del discurso a Ios malos vientos de xenofobia" y del terrorismo (no prevalecerán contra la integridad democrática "quienes responden con el asesinato y la masacre al diálogo y a la convivencia") reflejan que ambas cosas son las dos caras de una misma moneda en cuya derrota está empefiada la sociedad civil. Hacer a nuestro entorno más vivible, para que los sucesos ecológicos no repercutan negativamente sobre el país, y cifrar las esperanzas en el futuro que se quiere inexcusable de una Europa unida, constítuye el mejor compromiso del Rey con su pueblo.

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