El mayor espectáculo del mundo
Patricia Gadea
Galería Masha Prieto. Travesía de Belén, 2. Madrid. Hasta el 15 de enero.
Durante la pasada edición de Arco me llamó poderosamente la atención una primera serie de trabajos en los que Patricia Gadea incorporaba ya como elemento central, de una forma muy desgarrada y libre, carteles de circo. En línea con el tipo de apropiaciones inefables que han jalonado toda su trayectoria, elegidas y sumadas siempre con brutal impudicia al escenario de la tela, este nuevo ciclo parecía anunciar, sin embargo, un salto cualitativo. Este se definía, en igual medida, por una más osada y radical economía de medios -algo progresivamente anunciado a lo largo de su evolución reciente- y por la despiadada eficacia que demostraba el impacto de la imagen recontextualizada.Un uso tan inmediato y contundente de la imagen, sin coartadas pictoricistas, no me parece, en ese sentido, ajeno a un proceso de digestión radical de la etapa neoyorquina que la pintora vivió en los últimos años; como tampoco es casual que la rotunda claridad de ese impacto se resuelva a través de un medio como el cartel, herramienta que no en vano fue definida, con precisión meridiana, como "un grito en la pared".
O materia, más bien, en este caso, para poner el grito en el cielo, largando alto y claro, sin cortarse un pelo. Patricia Gadea es uno de esos contados casos, en estos benditos tiempos de liquidación de toda conciencia crítica, que siguen concibiendo su apuesta creativa como una navaja barbera con la que rasgar a tiras. la piel de lo real, para sacar a la. luz sus fraudulentas entrañas.
Tanto aquellas piezas tempranas como alguna otra entrevista en estos meses dejaban bien claro algo que esta exposición confirma en plenitud con una serie de piezas soberbias: La iconografía circense y su trasfondo conceptual, su estética y sus estereotipos fundamentales, brindan a Patricia Gadea una metáfora de poderosas ramificaciones. Transparente en las asociaciones más obvias, la ambigüedad inherente al universo del circo confiere también a esa metáfora una dimensión subterránea de vertiginosas resonancias. El empalagoso atractivo visual, su sensualidad equívoca o esa patética y ambivalente mezcla de talento y banalidad, de riesgo y teatralización, añaden una dimensión mordaz mucho más incisiva y compleja a la visión del mundo que estas obras desenmascaran.
Espejos
Así, estas imágenes ponen en elocuente evidencia un hecho difícil de ignorar: que a estas alturas del final -o naufragio- del siglo, el gran éxito de la temporada ha sido, indiscutible e indesbancable, el triunfo de aquello que se dio en llamar, ¿recuerdan?, "la sociedad del espectáculo". Como espejos, estas piezas nos anuncian, no tal como éramos, sino tal como somos, felizmente curados del sarampión de la lucidez, propietarios gozosos, como en Las Ventas, de un abono vitalicio para este circo estupefaciente.
Y así las cosas, sus tres pistas llenas de pegapases asistidos por un toro animatrónico, que dibujan en la geometría de los terrenos la geograria de un orden nuevo. Y el respetable, ebrio de simulacros, convencido de asistir al mayor espectáculo, en el mejor de los mundos posibles, y al precio justo. Ni más ni menos; nosotros aplaudiendo y tan contentos.
Babelia
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