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El sueño de la reina Victoria ha terminado

La crisis dinástica en el Reino Unido tiene como fondo la inexorable decadencia nacional

Enric González

Ha caído la monarquía victoriana, el último símbolo del imperio. El Reino Unido, si aún vale ese nombre para un país que tendrá al menos dos cortes reales y que sufre las disensiones internas más graves de la CE, llega dolido y retrasado a la era contemporánea. La princesa de Gales, nacida Diaria Spencer, una mujer casi iletrada y con tendencias paranoides, se ha convertido, por un sarcasmo de la historia, en liquidadora de la anacrónica familia Saxe-Coburgo-Gotha-Windsor, de la Iglesia de Inglaterra y de otros restos del naufragio imperial. La vieja isla occidental entrará en el siglo XXI de la mano de Guillermo V y la casa de Spencer y, muy probablemente, con una Constitución escrita. El sueño ha terminado.

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El 9 de diciembre, con la separación oficial de los príncipes de Gales, sonaron las campanas por la casa de Windsor -ex Saxe-Coburgo-Gotha-, instaurada en 1837 por la reina Victoria y nominalmente reformada por Jorge V en 1917. Aún en el caso de que Carlos y Diana no llegaran a divorciarse, lo cual es ¡mprobable, y ascendieran un día al trono -dos tronos, dos cortes peleadas-, se trataría, por razones cronológicas, de un reinado breve.Todas las miradas están puestas en Guillermo, el hijo mayor, de quien se espera que herede la corona directamente de su abuela Isabel II en cuestión de 10 años. Guillermo es un niño absolutamente vinculado a su madre, Diana, y muy distante respecto a su padre. Será Diana, una mujer sin ningún título escolar, fascinada por los horóscopos y sus pasadas reencarnaciones, quien influya en el futuro rey, un niño que sufrirá las consecuencias (le la ruptura familiar y cuya relación con Carlos Windsor es fría desde el nacimiento.

Su padre no pudo evitar la decepción cuando le vio tras el parto: "Es pelirrojo. Es un Spencer", dijo. En efecto, es un Spencer. Y Diana, que, pese a sus flaquezas mentales, acumula una inmensa popularidad -ganada a pulso, con trabajo, fotogenia, y hábiles manipulaciones periodísticas-, se encargará a buen seguro de recordárselo.

Guillermo tendría que ser muy, muy incompetente para acabar de hundir la monarquía en un país tan conservador y apegado a la corona como el suyo. Ha habido bastantes reyes desastrosos en el pasado y la institución los ha resistido, si bien es cierto que sin la presión periodística y popular de ahora.

Pero la corona que Guillermo ceñirá -salvo imprevistos- algún día, a principios del siglo XXI, será distinta a la actual. Para empezar, estará en las sienes de un hombre muy poco influido por la ranciedumbre de los Windsor, el rey pagará impuestos y no será ya, probablemente, Defensor de la Fe y jefe de la Iglesia de Inglaterra (la comunidad anglicana difícilmente resistirá la doble crisis abierta por la ordenación de mujeres corno sacerdotes y por los trastornos familiares de Buckingham), ni reinará sobre una Commonwealth en rápida desintegración

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La Iglesia anglicana, la única de Europa que mantiene aún vínculos directos con el Estado nació en 1533 a causa de un divorcio, el de Enrique VIII y la española Catalina de Aragón, utilizado como excusa para romper con el Vaticano. Tras el previsible futuro divorcio de Carlos y Diana -mucho más racional que el delirante arreglo "sin implicaciones constitucionales" anunciado hace una semana-, la Iglesia nacional ya no cabrá en el mecanismo monárquico.

Ese futuro mecanismo monárquico tendrá que acabar engranándose en una Constitución escrita. Los británicos han venido soportando sin grandes problemas su condición de súbditos, frente a la condición de ciudadanos del resto de los europeos, gracias a un complejo y eficiente equilibrio de poderes que suplía la carencia de un texto fundamental sobre derechos y obligaciones. Pero el equilibrio se está rompiendo.

El cimiento se tambalea

La judicatura es sumisa al poder ejecutivo, que reparte: títulos nobiliarios y prebendas a los jueces obedientes, y sucesivas injusticias clamorosas -los seis de Birmingham, Judie Ward, etcétera- han arruinado el prestigio de que disfrutaron las togas. No es del todo extraño que el Reino Unido sea el país europeo más veces condenado por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo y que aumente la presión política a favor de un texto constitucional básico.El Parlamento, que junto a la monarquía es el cimiento de las instituciones británicas, ha perdido parcialmente su razón de ser. La centralización administrativa impuesta por Margaret Thatcher convirtió el 10 de Downing Street en la oficina más poderosa del continente.

La capacidad del Partido Conservador para mantenerse en el poder, por otra parte, ha dañado peligrosamente la clásica ley de la alternancia. "La política británica podría estar entrando en una fase caracterizada por el gobierno de un partido único que, como el Partido Liberal japonés, iría alternando facciones sin permitir el acceso de la oposición al poder", señala el periodista y politólogo Anthony Sampson en su nueva Anatomía de Gran Bretaña, significativamente titulada esta vez Democracia en crisis. El profesor Ferdinand Mount, en su reciente obra La Constitución británica ahora, apunta igualmente a una significativa quiebra en el papel de Westminster.

El Gobierno, mientras tanto, ostenta un poder casi absoluto. Los ayuntamientos han perdido casi totalmente su autonomía, o han sido simplemente disueltos, como le sucedió al de Londres en 1982. Contra la corriente imperante en Europa, no hay administraciones regionales efectivas. Escocia, una nación histórica, tiene leyes propias, pero redactadas desde Westminster. Con todo ese poder, Downing Street se ve incapaz de atajar la endémica decadencia británica.

Un dato significativo: el Reino Unido es el único país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que ha reducido en términos reales sus inversiones en investigación científica desde 1981: del 0,35% del producto interior bruto hasta el actual 0,28%. Una imagen significativa: cuando esté concluido el túnel bajo el canal de la Mancha, los franceses accederán a él por autopista o en tren ultrarrápido; durante bastantes años, al llegar al otro lado encontrarán, una carretera discreta y un ferrocarril cuya velocidad media es la misma que en 1914.

Desequilibrio interno

Los problemas estructurales británicos tienen mucho que ver con el desequilibrio geográfico. El sureste de Inglaterra (Londres y su entorno) absorbe toda la riqueza, gracias a los servicios financieros y, cada vez más, el turismo: uno de cada ocho trabajadores está empleado en el sector turístico. El centro y norte de Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte, son mundos aparte.El país que, salvo nuevas piruetas dinásticas, heredará Guillermo Windsor Spencer ya no será una potencia europea. Alemania y Francia estarán muy por delante; Italia y España le llevarán ventaja en producto interior bruto (contando con la economía sumergida, tal vez la lleven ya ahora); Holanda, Bélgica, Luxemburgo y los países escandinavos dispondrán de una renta per cápita muchísimo más alta. Para entonces, además, el petróleo del mar del Norte estará. agotándose. Guillermo V, de la casa de Spencer, no tendrá un reinado fácil.

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