El sida fertiliza
En los últimos meses, el escultor Pepe Espaliu ha tenido una presencia en los medios de cómunicación inusitada para un joven artista contemporáneo; incluso, como es su caso, para uno de los que alcanzaron mayor eco a lo largo de la pasada década. La razón es, aunque terrible, obvia. Espaliu ha optado por hacer pública su condición de enfermo de sida y por centrar toda su práctica, desde la palabra a la obra, bajo una estrategia de lucha contra ese otro mal especular, infinitamente más terrible y descorazonador, que frente al sida infecta al entorno social, en palabras de Robert Grober, "de indiferencia, prejuicio y miedo". Junto a la palabra -y al análisis lúcido, fértil y plural, que desde ella teje-, Espaliu ha desarrollado una estrategia, creativa, con distintas vertientes, integrada bajo la denominación de carrying. No me extenderé, pues fue ampliamente reflejada, sobre la acción que el artista realizó recientemente en Madrid. Tan sólo señalaré un aspecto que no he visto explícitamente resaltado, y que me parece particularmente incisivo dentro de la sugerente cadencia de asociaciones conceptuales que el término y la acción establecen. Junto a la equivalencia entre asistir y transportar, la escenificación de una alianza desde el contacto físico o de la grotesca interdicción que les veda todo contacto con el mundo fisico, la acción y el término identifican, a su vez, a quien asiste al enfermo como "porteador" o "portador", asimilándole al mismo exilio nominal, pero abriendo también un luminoso argumento hacia la conciencia solidaria.
Pepe Espaliu
Galería La Máquina Española.Marqués de la Valdavia, 3. Madrid.
Impecable en cada una de las vertientes de carrying, Espaliu lo es también en la escultura. Y ello, de nuevo, merced a un sutil equilibrio en ese difícil punto que debe conciliar una suficiente transparencia instrumental en la elección de las metáforas, sin por ello empobrecer o trivializar su discurso. En la escultura, Espaliu lo obtiene en lo esencial a partir de esa imagen del palanquín. Emblema opaco, cerrado en sí mismo, ingrávido, es, al tiempo, un objeto marcado por una condición central de dependencia, de carencia multipolar. No sólo ha de ser transportado, sino que se, nos presenta siempre escindido en una o dos mitades, incompleto, doblemente incapaz de bastarse a sí mismo.
Y en la instalación planteada en este caso, Espaliu ha definido una derivación muy hermosa de la metáfora. Con la falsa puerta o los falsos muros, divisiones ilusorias, esa escisión sitúa la imagen del palanquín en un tránsito permanente, a caballo entre dos mundos, aquel que el enfermo comparte, de un modo. incompleto, con nosotros y aquel otro ignorado y remoto, temible, hacia el que lo proyectan los fantasmas de lo imaginario.
Otras piezas amplían, desde un clima afín, el territorio alegórico de la exposición. De éstas, la más sugerente resulta, a mi juicio, la de esa jaula doble cuyo diseño evoca la idea de los vasos comunicantes: dos prisiones que parecen alzar el vuelo, como escapando a la condición imaginaria de su encierro, impulsadas por la fuerza que genera su vínculo.
Emocionantes, densas parábolas, en nada ingenuas, pero que nos devuelven a esa paradoja que el sida fertiliza: quienes en apariencia se enfrentan a la certeza de perderlo todo, obtienen en el cambio un bien harto escaso, un residuo de excelencia, subversiva bienaventuranza donde términos como amor, desprendimiento o entereza escapan al fraude de la retórica.
Babelia
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