Alemania
Acabo de leer su reportaje (24 de noviembre) sobre los últimos asesinatos neonazis en Alemania y, aunque la generación de la posguerra tuvimos poca oportunidad para embeber sentimientos patrióticos, me da vergüenza ser alemán. Esto no, en primer lugar, por los fenómenos xenófobos que Alemania comparte a grandes rasgos con otros países europeos, sino ante todo por la postura oficial que toman el Gobierno y las demás autoridades competentes.Basta de momento basarse en su propio reportaje, sin enfocar el problema a mayor escala, para comprobar la lógica horrorizante de esta postura: el mismo día de esta matanza neonazi, el canciller se reúne con el líder socialdemócrata no para discutir medidas contundentes contra el neonazismo organizado, sino para ponerse de acuerdo en lo de cumplir lo antes posible con una de las exigencias prioritarias de los neonazis: la derogación del derecho de asilo. El fiscal general justifica su intervención al respecto no por la trascendencia espantosa del neonazismo, sino porque los autores del crimen se despidieron con el saludo "Heil, Hitler!". A mi entender, está muy lejos de tratarse de una ingenuidad. Por otra parte, nunca había ni un único juicio contra los millares'de jueces involucrados en los crímenes nazis.Para resumirlo, en la Alemania de posguerra, entre las fuerzas sociales dominantes, nunca tuvo lugar lo que el psicoanálisis llama el trabajo de duelo. Por tanto, ahora vivimos lo que dijo Bertold Brecht en relación con el nazismo: "Sigue fértil el seno que engendró esto".-
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