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Tribuna
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Primera vez

Se puso el lacito rojo en la solapa y salió a la calle a decir que hasta la más fea de las muertes es simplemente muerte y que ésa, por desgracia, es patrimonio de todos y no de un grupo concreto. Pensó que aquella cinta roja era tal vez lo que quedaba de aquellas antiguas banderas arrumbadas en el desván de la juventud, y que ante la imposibilidad de las causas enormes nos habíamos quedado con el retal de las causas pequeñas pero igualmente nobles. Advirtió las miradas de la gente hacia su solapa y se sintió portaestandarte por primera vez.Siempre hay una primera vez de todo y vale la pena vivirla intensamente. A sus cuarenta años decidió que todavía le quedaban muchas primeras veces de muchas cosas y se dispuso a gozarlas con la curiosidad y la emoción de un niño. Por primera vez le llamaron de usted, y archivó en la memoria el momento. Por primera vez se compró un cuadro, voló en globo o fue de testigo a un juzgado y absorbió como una esponja seca hasta el más pequeño de los detalles. La vida está hecha de muchas primeras veces. Y la muerte es la última primera vez posible.

Recordó entonces también el primer beso, la primera novia, la primera vez que hizo el amor. Y entonces vio a esos adolescentes de quince años, que descubrían su propio cuerpo y el del otro entre la neblina mental de los aventureros de sí mismos. Aquel lazo rojo era también para prevenirles, pensó. Pero era también una manera de meterles nuestro miedo de adultos en su cuerpo por estrenar. Entre la prudencia y la alarma hay matices. Y tal vez estamos volcando sobre esos chavales demasiado miedo y poca naturalidad en el dificil ensayo del amor. La primera vez que se desnuden frente a frente, ¿qué extraños monstruos verán en el primer sexo, en la primera caricia, en el primer placer y en el primer terror? Demasiado miedo para aprender a amar.

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