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Los 'karaveinki' de Recoletos

Grupos de jóvenes rusos venden en Madrid recuerdos de la antigua Unión Soviética

Dos veinteañeros se acercan a un puesto de venta callejera en el paseo de Recoletos. Echan un vistazo a los objetos que se exhiben y se detienen especialmente en los pins (insignias). Pasados unos tres minutos, los dos jóvenes se alejan entre los árboles del paseo. Uno lleva el siguiente lema en su solapa: "Construyamos un hogar para los afganos". En la chapa del otro puede leerse: "Todo el poder para los sindicatos". Ninguno de los dos es consciente de ello, y, de todos modos, no llamarán demasiado la atención porque ambas inscripciones están en ruso. Son parte de la herencia de la extinta Unión Soviética. El dueño del puesto, Andréi, un moscovita de 26 años, sonríe.

Este hombre forma parte de un grupo de karaveinki (vendedores ambulantes) que ha llegado a Madrid, desde diferentes repúblicas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), cargados con balalaikas, gorros de piel, samovares, insignias militares, chapas con personajes y motivos soviéticos, matrioshkas y otros artículos típicamente rusos, para hacer lo que ellos llaman su business (en inglés, negocio).Los karaveinki, según explica Andréi, fueron prohibidos en 1917 por el Gobierno bolchevique, y ahora proliferan de nuevo en las ciudades de las ex repúblicas soviéticas y se extienden por algunas capitales europeas.

Secretos en la aduana

Aunque en general contestan amables a todas las preguntas, no quieren hablar acerca de la forma en que organizan sus viajes, de cómo transportan los productos o de quién les informa sobre el mejor sitio para ubicarse en una ciudad que en principio desconocen. "Los negocios, ya sabes, tienen algunos secretos", afirma Andréi, "pero estoy aquí legalmente, con todos los papeles en regla. No queremos hablar porque hay problemas con las aduanas. Ahora, en el mercado negro de Rusia, un dólar cuesta más de 400 rublos, y sólo te dejan sacar del país regalos por valor de 300 rublos, es decir, casi nada. Por eso no quiero dar demasiada información".El negocio, a pesar de estas dificultades, parece rentable, a juzgar por lo que dice este moscovita: "¿Cuánto cuesta una habitación en un hotel caro de aquí, en Madrid? ¿Quince mil, veinte mil pesetas? Entonces en un viaje saco lo suficiente para vivir en ese hotel durante un mes

De la conversación se desprende que estos peculiares vendedores vienen en grupos, en periodos de entre 10 y 15 días, se alojan en el mismo sitio y saben exactamente en qué fecha volverán a su país, hayan vendido o no la mercancía, y cuándo volverán de nuevo a Madrid.

En cuanto a la acogida de los madrileños, aseguran no tener ninguna queja; más bien al contrario. "La gente se acerca con curiosidad y nos trata con mucha ternura, porque saben que en nuestro país tenemos muchos problemas. Los madrileños nos ven, ¿cómo le diría?, con el corazón; nos tratan no exactamente como héroes, pero sí con admiración", declara Ludmila, una ucrania de 36 años, ingeniera de telecomunicaciones, que, junto a su marido, Sacha, vende también en Recoletos.

Andréi confirma esta versión: "No hemos sentido ningún rechazo. Levantamos mucha expectación, especialmente entre los comunistas españoles, que nos preguntan mucho por cuestiones políticas. Y, en general, todo el mundo muestra un gran interés por nuestro país".

Entre las críticas al modo de ser español, llama la atención el punto de vista de Ludmila: "Me parece que sois muy orgullosos", asevera, "y eso a veces molesta un poco, y, aunque aparentemente sois abiertos, el orgullo ese que lleváis dentro se nota... no sé... en la forma de hablar, de andar... Nosotros somos más informales".

"Si, quizá debido a la democracia, que os da un sentido más independiente, más individual", añade el joven ruso.

"Me parece que la gente va más a lo suyo. ¡Ah!, pero me ha impresionado gratamente que hay muchos más madrileños de los que yo esperaba que pueden hablar algo de ruso" dice para. compensar.

Alegrías rusas

Andréi piensa además que la gente aquí no se divierte demasiado. "Los rusos no tenemos tantas cosas, pero sabemos divertirnos de muchas más formas. Los españoles sois demasiado tranquilos. No digo que no seáis alegres; habláis mucho, pero hay algo-. Por ejemplo, un ruso puede divertirse y perder hasta el último duro, sin preocuparse, sin contar lo que tiene. Y si no me crees, pregunta en los bares de alrededor (risas). Los madrileños guardáis demasiado las formas".Sacha, que apenas ha intervenido en la conversación y no parece que le seduzca mucho la idea de hablar, rompe su silencio para llevar la contraria a Andréi: "¿Que no se divierten? A mí me parece que sí. ¡El pasado fin de semana no pude pegar ojo del ruido que había en la calle!".

Finalmente, Ludmila se extraña por la dificultad de encontrar en Madrid productos de fabricación española. "Ayer fui a un almacén a comprar un radiocasete y unos abanicos y me llevé una gran sorpresa al llegar al hotel porque el radiocasete era japonés y en los abanicos ponía: 'Made in China'. ¿Es que no hay objetos originales aquí? ¿También tienen ustedes problemas de abastecimiento?".

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