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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El albergue

PRACTICAR LOS principios no es tan fácil como proclamarlos. Apenas apagados los ecos de la manifestación contra el racismo y la xenofobia celebrada en Madrid el fin de semana, algunos de sus convocantes -principalmente los partidos políticos con responsabilidades de gobierno en las diversas administraciones- se muestran incapaces de traducir en hechos su pregonada solidaridad con los emigrantes. No tiene otra explicación que la Delegación del Gobierno, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid se enfrenten a obstáculos, al parecer insuperables, a la hora de encontrar un albergue decente en el que puedan refugiarse los emigrantes dominicanos que malviven en la antigua discoteca Four Roses (Aravaca), donde fue asesinada Lucrecia Pérez.Las diferencias entre las distintas administraciones remiten directamente a una concepción política tan torpe y alicorta que resulta difícil de concebir. El lamentable espectáculo pone en evidencia cómo para determinados políticos algunas de sus proclamas buscan más la rentabilidad electoral que la solución de los problemas reales. Al equipo municipal que dirige Álvarez del Manzano parece que le gustaría desentenderse del problema. Quizás porque prefiera el gobierno de una ciudad libre de emigrantes. Uno de sus concejales ha expuesto meridianamente cuál es su coartada, acorde, por lo demás, con el victimismo demagógico que caracteriza al equipo municipal del Partido Popular: si el Gobierno es el que deja entrar a los emigrantes, que sea él quien solucione su situación.

Quizás sea esta política de campanario, impropia de una gran ciudad como Madrid, lo más preocupante de la actitud del equipo que gobierna en el municipio ante los problemas de los emigrantes. Más que el ofrecimiento mezquino, y hecho como a regañadientes, de un antiguo colegio destrozado e inhabitable a los emigrantes dominicanos de Aravaca. Esta política explicaría la escasa sensibilidad con la que el gobierno municipal contempla el drama humano de la emigración y el ínfimo lugar que ocupa entre sus prioridades: explica hechos como el derribo de un albergue en perfecto uso para destinar su solar a otros fines y el recorte drástico de los fondos municipales a este tipo de menesteres sociales.

Las distintas administraciones dicen asumir los máximos compromisos ante el complejo fenómeno de la inmigración. Pero ninguna los tiene en mayor grado que los gobiernos municipales; especialmente el que rige los destinos de una gran ciudad como Madrid. El problema de los inmigrantes, por su propia indefensión, exige un trato generoso y eficaz, lejos de las cicaterías electoralistas interadministrativas.

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