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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La transición

Bill Clinton ha empezado el largo camino que le ha de llevar en los dos próximos meses desde Little Rock, Arkansas, hasta la Casa Blanca, en Washington, con una promesa y una puntualización. Promete imponer a la gente que trabaje con él estrictos baremos éticos (lo que quiere decir que a la capital federal se avecina una tormenta de moralización a la que está poco acostumbrada) y puntualiza que no obrará milagros en el enderezamiento de la economía.La revolución ética va dirigida no sólo a limpiar el código de actuación de funcionarios y políticos, sino, inevitablemente, a limitar las prerrogativas de los todopoderosos senadores y diputados e, incluso, las del propio presidente. El eje sobre el que gira la vida política de Washington es el wheefing and dealing, el brujuleo y el trueque, apoyado en la compraventa de favores y en el aprovechamiento a fondo de los resortes del poder de cada cual. Y en el centro del sistema está el lobby, la agencia de influencias que al servicio de los intereses económicos o políticos de los más variados estamentos e incluso Gobiernos intenta convencer a los legisladores de que le favorezcan. El lobbysmo funciona sustancialmente porque los aparatos de partido son endebles y, en el fondo, los diputados y senadores dependen menos de ellos que de la opinión y los votos de su propia circunscripción.

Clínton ha impuesto un libro de estilo para su equipo de transición con un severo catálogo de incompatibilidades y promete endurecerlo aún más para la Presidencia. Entre otras cosas, es probable que limite por un periodo de cinco años el que un ex alto cargo haga lobby en su antiguo Departamento. Igualmente aceptará que se impongan límites al recurso al veto presidencial. Todo eso está muy bien, pero se contradice con la situación actual del presidente del equipo de transición, Vernon Jordan, miembro del consejo de la empresa tabaquera RJR Nabisco. ¿Influirá por ejemplo en los nombramientos de altos cargos en el sector de la sanidad? De ninguna manera, asegura Clinton: los nombramientos los hará él. Pero un cambio de Administración -especialmente tras 12 años de republicanismo- producirá una avalancha de nombramientos. Un trabajo ímprobo.

En el ámbito económico cabe señalar que una docena de especialistas, profesores de universidad y banqueros, analizan uno por uno los principales problemas: política fiscal, presupuestaria, comercial y laboral. Un equipo que tiene la misión de explicar por qué el nuevo Presidente no promete milagros, pero sí enderezamiento de una economía que está tardando mucho en recuperar el ritmo de crecimiento, lo que a su vez retrasa la capacidad de los otros países desarrollados de salir de sus respectivas crisis.

Clinton ha convocado una cumbre de economistas, empresarios y sindicalistas para mediados de diciembre. En ella se propone formular un programa para los 100 primeros días de Gobierno. Será fundamental para su puesta en práctica la persona que en definitiva resulte designada para la Secretaría del Tesoro. Los tres candidatos que se barajan son de formidable estatura: Paul Volcker, que fue presidente de la Reserva Federal; Robert Rubin, copresidente de Goldman Sachs; y Roger Altman, vicepresidente del gigantesco banco de inversiones Blackstone Group, que ya colaboró con Jimmy Carter. Tiene Clinton la tarea vital de sacar adelante la economía del mundo con una mezcla de moderación y estímulo que tiene enormes riesgos. Está tomándose tiempo para decidir cómo hacerlo y eso es en sí una buena señal.

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