El asesinato de Lucrecia Pérez
Me pregunto por qué se me ocurrió invitar a un amigo dominicano a España. Por qué diablos, allá en su país, me mostraba muy orgulloso de los progresos democráticos que se estaban haciendo aquí. Me pregunto por qué mi ausencia de tres años de esta mi tierra me hizo olvidar el escepticismo que hay que tener sobre las cosas.Ya sé que continuamente en la República Dominicana se publican noticias del maltrato que reciben los turistas de esas tierras que deciden venir por aquí. Pero no quise creerlo, me era imposible creerlo, aún más cuando nuestro embajador en Santo Domingo dijo que esto no era cierto, y la propaganda que se recibe allí (Expo, Olimpiadas...) le hacía creer en la universalidad de España.
Llegué tan contento... "¡Ya verás que no hay problemas!", le dije, pues mi amigo no acababa de creérselo, "ya verás qué bien".
Apenas miraron su pasaporte, lo apartaron a un lado. Me quedé sorprendido. "Seguro que es una equivocación", pensé, iluso de mí. De modo que me acerqué hasta el policía para tratar de explicarle que esa persona venía conmigo de vacaciones y que incluso ya había estado aquí en otra ocasión. La respuesta fue (textual): "¡Pues me parece estupendo, suerte que tuvo! ¡Veremos si ahora le dejamos entrar o no!".
Tonto de mí, idiota. Pues estaba acostumbrado a las buenas maneras y a la generosidad de ese pequeño país caribeño que me ha acogido con los brazos abiertos. Quise entablar un diálogo. A gritos, el policía me inquirió a dirigirme a la comisaría si tenía alguna queja, y allí me dirigí buscando alguna explicación, saber qué ley o en base a qué razón se estaban cometiendo dichas tropelías: no me la dieron.
Pedí, entonces, ver a mi amigo: no me lo permitieron. Planteé, entonces, la posibilidad de llamar a un abogado, pero me informaron de que mi amigo no estaba detenido, sino que se trataba de un trámite burocrático. No podía salir de mi asombro, asombro que se incrementó cuando me obligaron a salir de las dependencias policiales diciéndome que si quería esperar que lo hiciera fuera. Y esperé exactamente dos horas, momento en que salió un policía para informarme de que mi amigo había sido devuelto; sólo eso.
Sencillamente, no entiendo nada. ¿Nos hemos vuelto nazis? Si ésta es la nueva España, siento mucho no poder identificarme con ella; me avergüenzo. Este amigo es médico, hijo de catedráticos; parte de una familia que me ha abierto su casa. Ellos seguro que perdonarán, yo no puedo.-
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