Un músico español
Buen pianista en su juventud, estudió con Lazare Levi y Frank Marshall; discípulo de Daniel Lesur en la Schola Cantorum, pronto sintió la necesidad de crear incitado por la música de Falla, de quien fue intérprete y, en no escasos aspectos, continuador por la vía más interesante y difícil: la de profundizar en la intrahistoria de lo español, a la que Falla llegó en sus últimas partituras, especialmente a partir de El retablo de maese Pedro.Retomó el cante jondo, que sentía con tanta fuerza como el paisaje que lo albergó, El Tiento, el Concierto de guitarra, sobre los gráficos de García Lorca, son expresiones de esa inclinación.
"He sido compañero de Ramón Montoya", me escribía Ohana en 1963, "y he oído desde la cuna todo aquel río inmenso de nuestros cantares. Pero, para mí, una madrugada de neblina en la marisma de Sanlúcar también ha sido un encuentro musical inolvidable y una enseñanza trascendental".
De los melismas del jondo nace en Ohana el deseo de escarbar en la microtonalidad por donde lo que podía parecer actitud cerebral previa era, en realidad, artística consecuencia natural. Ya Manuel dé Falla intentó en la Fantasía bética dar la sensación microtonal al cantar la copla con agregaciones disonantes.
Lo jondo
A través de ese microtonalismo o de una interválica esquinada que rehúye lo diatónico, Ohana se sumerge en la razón de ser de lo jondo, en sus orígenes y concomitancias históricas y extraeuropeas, a lo que añade una polirritmia y una imaginación colorista que al final hacen de sus partituras algo bellamente contradictorio: la fusión estrecha del estatismo y el movimiento.En 1944, en unión del argentino Sergio de Castro -definido después como pintor-, Skrowaczewski -más tarde director notable-, Pierre La Foret y Alain Bermat, forma en París el grupo Zodiaque, cuyo principal objetivo era la defensa de la libertad del artista frente a los posibles y reales sectarismos de credo, o tendencia. Algunas canciones y la música para Yerma preparan la. eclosión lorquista de Ohana que se produce en 1950 con el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, escrito a instancias de Jean-Etienne Marí, para barítono, recitador, coro y orquesta. Ataúlfo Argenta lo graba en 1954, y Jaime Bodiner lo estróna en España en 1959.
No cesan las constantes ibéricas en la producción de Ohana. Tras el homenaje a la vihuela de Milán, los Caprichos de Goya, las cantigas del Rey Sabio, El Quijote, Fuenteovejuna o los cuentos de Camilo José Cela, cumple el compositor en 1988 un antiguo sueño: llevar a la ópera La Celestina, con libreto de Odile Marcel, sobre Rojas, que presentó la ópera parisiense el 13 de junio de ese año, bajo la dirección musical de Arturo Tamayo y escénica de Jorge Lavelli. Es el último gran capítulo de un creador cosmopolita por naturaleza, pero irremediablemente ibérico por origen, temperamento, cultura y sentimientos. Ha desaparecido, pues, un músico español imaginativo y original, "un andaluz claro y rico de aventura".
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