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Diez años del "muro de Vietnam"

EE UU recuerda una página negra de su historia, en el aniversario del monumento a los caídos

Antonio Caño

Un muro, 58.183 nombres, millones de manos que acarician la historia, una tragedia imborrable, huellas silenciosas de heroísmo, un recuerdo compartido: Vietnam. Diez años se cumplieron ayer desde que se erigió en Washington la famosa pared dé granito negro sobre la que están grabados los nombres de todos los muertos, en una guerra de la que este país, que ha elegido a un presidente que se manifestó contra ella, trata dolorosamente de alejarse.

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La fecha es una oportunidad para la celebración y para el reencuentro de veteranos. Los viejos compañeros de pelotón, reconocibles por sus gastadas chaquetas caqui repletas de insignias y de medallas obsoletas, se abrazan junto a las flores que adornan la memoria de los caídos. Alguien ha dejado al pie del muro una botella del whisky Old Grand Dad que bebía aquel querido compañero, unos cigarrillos Marlboro para Al, un paquete de chicles para Bob, el casco que soportó bombardeos bajo los arrozales, la foto de la novia que quedó en Nebraska, un poema surgido de una mente que no ha podido pensar en otra cosa desde que regresó a casa sin piernas ni dignidad.Durante la última semana, desde un podio instalado frente al muro, voces espontáneas han leído en voz alta los nombres de los 58.183 muertos en el conflicto.

El eco de esas voces llegaba hasta el vecino monumento a Abraham Lincoln, menos emocionante, pero mucho más solemne, un enorme templo neoclásico que alberga, ese sí, el recuerdo de uno de los momentos más gloriosos de la historia de Estados Unidos.

El muro de Vietnam, por el contrario, no es un monumento a la victoria, es el reflejo de una página negra de la trayectoria militar de este país. Fue diseñado por una estudiante de la universidad de Yale de origen japonés llamada Maya Ying Lin. En su inauguración los veteranos de Vietnam se consideraron ofendidos porque entendían que la discreta pared en forma de V, semienterrada en los jardines de la zona más monumental de la capital, recogía más la vergüenza que el orgullo nacional por la participación en la guerra.

Ross Perot, el millonario tejano que fue candidato independiente en las pasadas elecciones y que gozaba de gran prestigio por su investigación sobre la suerte de los desaparecidos en combate, llegó a amenazar personalmente a Ying Lin por haber creado una tumba más que un monumento.

Obra colectiva

La construcción costó más de 800 millones de dólares de entonces, fruto de una colecta entre empresas, organizaciones de veteranos y más de 250.000 contribuciones individuales. Dos años después de la inauguración del muro, y para resaltar su solemnidad, se le añadieron al Vietnam Memorial tres esculturas ' de hierro que simbolizaban las tres razas de soldados que más sangre habían aportado a la guerra: negros, hispanos y blancos.Desde aquella fecha, más de 25 millones de personas han paseado frente al muro. Cada día del año, en el calor agobiante de julio o con las nieves de enero, pueden verse personas que se acercan a esa pared con un lapicero y un pedazo de papel para imprimir sobre él el nombre del amigo o el familiar perdido en el combate.

Alguno de los visitantes llega cargado de símbolos militares y luce en su solapa un botón en el que va escrito "Fuck Jane Fonda" (Que se joda Jane Fonda), en grosera alusión a la actriz que protestó por la guerra y visitó Vietnam del Norte durante el conflicto.

En esta década ha habido muchas excusas para celebraciones frente al muro, pero este año la ceremonia tiene un significado distinto porque se hace bajo la sombra de un presidente electo que supone una ruptura con viejos clichés sobre esta guerra.

Cuando el muro fue construído, Estados Unidos estaba recién embarcado en la era de Ronald Reagan y su revolución de valores patrióticos. Hoy, la lista de nombres grabados sobre el muro sigue sobrecogiendo al visitante, independientemente de su opinión sobre la guerra, pero la generación de norteamericanos que votaron el 3 de noviembre por el cambio busca también la forma de salir del bache moral en el que los metió el largo conflicto en Indochina. Lo dijo el reverendo Jesse Jackson al desfilar esta semana por el monumento: "Es la oportunidad para superar viejos odios y divisiones".

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