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"Extranjeros, no nos dejéis solos"

En 1933, Josef Gcebbels, el ministro de propaganda nazi, organizó, precisamente en el Lustgarten -que traducido viene a significar el jardín de las delicias-, una de las primeras manifestaciones multitudinarias del nacionalsocialismo, que entonces acababa de tomar el poder, y que tenía como objetivo forzar el boicoteo de todos los negocios y comercios judíos. Fue el inicio del Holocausto. Fue el punto de inflexión, ya que desde aquel momento el pueblo alemán no supo reaccionar ante la camarilla criminal que acabó llevando al mundo a una de las mayores catástrofes de la historia.Ayer, en el mismo sitio y en una fecha igualmente significativa en la memoria germana, la de la Kristallnacht (la noche de los cristales rotos), el pueblo alemán reaccionó contra un fenómeno infinitamente más reducido y marginal; el de las pandillas de energúmenos, en su mayoría, adolescentes, que se rapan la cabeza, se calzan gruesas botas militares y se dedican a agredir a extranjeros e incendiar los albergues para refugiados, con la aquiscencia -todo hay que decirlo- de sus mayores. La manifestación de Berlín no fue la única; el sábado, decenas de miles de personas se lanzaron a la calle con el mismo motivo en Hannover, Stuttgart, Darmstadt, Dachau y otros lugares.

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No parece que se vaya a repetir la pasividad de la República de Weimar para permitir "el renacer de la bestia". Porque lo más importante de lo sucedido ayer no fue la presencia masiva, sino la actitud crítica de quienes salieron a la calle contra el racismo y la xenofobia. Durante toda la semana se discutió sobre si sumarse a esta manifestación oficialista suponía apoyar la estéril discusión del Gobierno sobre la supresión del derecho de asilo. Los gritos de "hipócritas", lo aclaran todo. La mayoría de las pancartas pedían al Gobierno que no cambie el controvertido artículo 16 de la Constitución. Pero había una que decía: "Extranjeros, no os vayáis y nos dejéis solos con estos alemanes".

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