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Italia

En Italia, el hablar del fin del régimen se ha convertido en un tópico. Por esta expresión se entiende el régimen de desgobierno partitocrático -democristianos y socialistas- que ha conseguido conjugar la máxima corrupción con la máxima ineficacia y monopolizar, y secuestrar en su propio beneficio, las instituciones democráticas y la política, obligando de esta forma a grupos cada vez mayores de ciudadanos a odiar a los partidos en general. Se habla de cuánto tiempo durará la agonía, de si a este régimen de desgobierno seguirá algo mejor o peor, y de cuántos golpes infligirán al país democristianos y socialistas antes de abandonar la escena política, pero la convicción unánime es que la partitocracia italiana toca ya a su fin. Sin embargo, muchos de los que ahora hablan de ocaso son los mismos que, a lo largo de los años ochenta, fueron el coro, los juglares, los animadores del poder socialista y democristiano, y los que magnificaron un presunto segundo milagro económico italiano (basado en su totalidad en una deuda pública incalculable e irresponsable). ¿Qué ha cambiado en estos pocos meses?Principalmente, tres cosas. Una recogida masiva de firmas (más de un millón y medio de personas se han presentado ante el notario) para que se celebre un referéndum que transforme profundamente el sistema electoral y dé un papel distinto a los aparatos de partido. El sorprendente avance de las Ligas en todas las elecciones parciales que se han celebrado al norte de Roma. La multiplicación del número de investigaciones judiciales sobre dirigentes políticos nacionales y locales (las más famosas, y más combatidas por los socialistas, son las del juez Antonio di Pietro en Milán y las del juez Agostino Cordova en Calabria), que han sacado a la luz el carácter generalizado y desmesurado del robo de partido. Por lo que respecta a la situación económica, hay que añadir el redde rationem: Europa no puede aceptar a un país con una deuda pública que hace inútil todo incremento del producto interior bruto e ingobernable el sistema de cambio de moneda.

El régimen del reparto entre democristianos y socialistas está en su ocaso. Y muy pocos echarán de menos un desgobierno que ha significado también una arrogancia extrema y un desprecio extremo por la autonomía de la sociedad civil (en primer lugar, la independencia de la información y la de los magistrados). Pero ¿qué podrá sustituirlo? Los triunfos de las Ligas no son las únicas señales inquietantes. Desde hace décadas no se veían 50.000 fascistas -camisa negra y saludo romano- desfilando en Roma, como sucedió el pasado 17 de octubre. Y puede que el nacimiento de un movimiento separatista siciliano, apoyado por la Mafia, no sea política-ficción.

Por consiguiente, Italia corre bastantes riesgos. Y puede que de lo malo se pase a lo peor. Como dice el refrán: de la sartén al fuego; es decir, del desgobierno partitocrático socialista y democristiano a las aventuras demagógicas de las Ligas o de la derecha tradicional. Estos peligros han aumentado por el hecho de que un tercer factor, perfectamente democrático, contrario a la partitocracia, pero también a las Ligas, encuentra muchas dificultades para nacer. Se multiplican los signos, los intentos, los esfuerzos, pero junto con esto crece también la confusión que causa el partido del reciclaje, es decir, los numerosos exponentes del viejo régimen que siguen la máxima del príncipe de Salina, protagonista de El gatopardo: "Cambiar todo para que todo siga igual". Y es precisamente este transformismo lo que da a las Ligas nuevos éxitos y mayor aceptación. Pero vayamos por orden.

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Entre los hombres de los viejos partidos, la única verdadera novedad parece ser Mario Segni. Si nos atenemos a las etiquetas tradicionales, este democristiano, hijo de un ex presidente de la República (que coqueteó en los años sesenta con algunos generales golpistas), es un conservador liberal. Pero su fuerza y su popularidad se deben a que no ha ocupado cargos de poder en el viejo régimen -ni en el Gobierno, ni en el partido-. Ahora, esto es un requisito ineludible de credibilidad para quien quiera presentarse en Italia como un innovador. Y aún más: Mario Segni ha sido y es un democristiano, pero ha estado siempre marginado. Y ha construido su identidad política sobre su lucha por los referendos, combatidos o ignorados por el aparato de su partido. Por esto, y a pesar de ciertos aspectos suyos conservadores, Segni es el político más querido incluso por los militantes de base y los votantes del antiguo partido comunista. Por lo demás, su programa económico y social, presentado por católicos progresistas como Prodi y Gorrieri, es cualquier cosa menos conservador y no hace concesiones al thatcherismo.

La limitación de Segni y de su movimiento, Populares por la Reforma, está más bien en algo distinto. Segni subraya el carácter central de la reforma institucional, pero descuida el problema de la corrupción, la cuestión de la legalidad, la relación entre políticos y magistrados. Desde un punto de vista personal, nadie pone en duda la honestidad de Segni. En todo caso, su movimiento pone demasiado entre paréntesis el tema de la necesidad de que la magistratura pueda golpear hasta el fondo a los políticos corruptos. Ciertos elogios a Segni (como el que le ha dirigido el ex presidente de la República Cossiga, que desencadenó una verdadera campaña de intimidación contra algunos jueces valientes) corren el riesgo de constituir un abrazo mortal.

Además, Segni encuentra su apoyo sobre todo en el mundo católico. Y es consciente de que su movimiento (que ya ha decidido presentar listas propias en las próximas elecciones municipales parciales) sólo podrá tener éxito si abarca también a la opinión pública laica y de izquierdas. Pero es precisamente en estos ámbitos donde se mueve el mayor número de gatopardos y de camaleones. Los laicos y los grupos de izquierda que quieren constituir una alternativa tanto a la partitocracia como a las Ligas intentan organizarse bajo el nombre de Alianza Democrática. Pero en esta alianza conviven por el momento dos corrientes de opinión absolutamente incompatibles: prevalecerá una u otra, ya que su convivencia sólo significaría confusión y caos.

Por una parte, hay quienes se definen como izquierda del Gobierno, pero que constituyen, sobre todo, la izquierda del régimen (e incluso la palabra izquierda está fuera de lugar): ex ministros y ex directores generales de televisión, junto con algunos exponentes desacreditados del sector más derechista de los comunistas. Ahora su líder es Claudio Martelli, ministro de Justicia, niño mimado del régimen, que durante 15 años fue la mano derecha de Craxi e inspirador de la política socialista en sectores como la información o la justicia, es decir, en contra de la autonomía tanto de una como de otra (en el último año, Martelli se ha empleado sobre todo contra un juez ejemplar, riguroso, eficacísimo en la lucha antimafia como es Agostino Cordova, suscitando la indignación de toda la opinión pública y coherentemente democrática). Por eso, como alternativa al régimen partitocrático, la credibilidad de este hombre y de su formación, y de los ex comunistas que le siguen, es más o menos igual a cero. Si la Alianza Democrática siguiera este camino, regalaría a las Ligas todo el malestar y toda la aceptación.

Por otra parte, hay quienes conciben la Alianza Democrática como una experiencia política nueva, que aunará las fuerzas más avanzadas presentes en la sociedad civil. Son muchos los empresarios, los sindicalistas, los periodistas, que en la década pasada se dejaron envolver en el enredo de la corrupción y el desgobierno de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista Italiano. Pero también son muchos los que se quedaron fuera y que ahora, si se unen, pueden presentarse como alternativa creíble bajo el punto de vista de la aptitud, de la honestidad, de la vocación europea.

Si son estas fuerzas las que dan su impronta a la Alianza Democrática, es posible que el futuro de Italia no se decida exclusivamente por la contraposición entre partitocracia y Ligas, sino que haya espacio para terceros contendientes (Alianza Democrática, más Segni y una parte de los que le apoyan) capaces de conquistar la alcaldía de algunas grandes ciudades. En Milán podría conseguir el éxito la candidatura de Nando della Chiesa, hijo del general asesinado por la Mafia, y en Palermo, la de Leoluca Orlando. Si experiencias de este tipo lograran triunfar, sería posible pensar en un movimiento democrático radicalmente contrario a las Ligas y que, desde estas ciudades, pudiera poner sitio al palacio del desgobierno partitocrático.

Paolo Flores d'Arcais es sociólogo e historiador italiano. Dirige la revista Micromega.

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