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El Último refugio

No es fácil dar con la entrada del Louie-Louie, desprovista de todo reclamo luminoso, con un discreto timbre para uso de iniciados y colegas. No se trata de un club privado, sino de un refugio para rockers impenitentes, un bar de rock'n roll que se cierra sobre sí mismo para escapar del tumulto callejero y ofrecer a los adeptos sus ritmos de culto, originales y sin mácula, sin interferencias y sin concesiones.El número 43 de la calle de La Palma, a un paso de la plaza del Dos de Mayo, en las vísceras de Malasaña, albergó hasta hace unos anos un restaurante económico de solera y tradición. Fue el 43, refectorio de estudiantes de la cercana Universidad de San Bernardo, y más tarde parada de bohemios, cortos de caudales y ágiles de lengua, alborotadora tribu sobre la que reinaba doña Estrella.

Me contaron que siempre hubo una doña Estrella al frente de los fogones de la casa, pues el patronímico pasó de madre a hija al menos durante tres generaciones, tres generaciones de milagrosas mesoneras que multiplicaban los garbanzos de su olla menestral para dar de comer al hambriento por muy pocas pesetas. Cocidos de sabor galdosiano en el barrio de las Maravillas.

Tugurio de carretera

Quique Hernández Herrera y Raquel Sogo abrieron el Louie-Louie hace dos años, pero el local tiene una misteriosa pátina de veteranía, una atmósfera que recuerda, de eso se trata, a los tugurios de carretera de las road movies de los años sesenta.

Sólo falta Dennis Hopper acodado en el pequeño mostrador, enlazando latigazos de bourbon de Kentucky. Bourbon y cerveza son las bebidas clásicas de la casa, buena cerveza de barril que se tira con lento y preciso ritual hasta que la espuma decora el borde de la jarra como si fuera un pastel de nata. Billar al fondo y cabina de disc jockey en el rincón, decorada con carátulas de viejos y emblemáticos discos.

Louie-Louie es, por supuesto, una canción de culto. Como dice El Profesor: "O eres de los de Louie-Louie o eres de los otros". El Profesor, veterano de las FM madrileñas, fenecidas a manos de las radiofórmulas, hace sonar desde su rincón a los fabulosos Thunderbirds, a Stevie Ray Bogan y a las Barracudas, entreverados con músicas americanas de strip-tease de los años cincuenta y sesenta. El menú sonoro se elabora con blues y rythm and blues rock'n roll y hard core con algún intermedio tex-mex o reggae.

Quique montó el bar porque estaba harto de ir a otros bares y de cabrearse con las infidelidades de los dise jockeys. Un bar para los amigos, para los fieles. Quique prepara una revista, un fanzine para irredentos del R & R, y patrocina a un grupo de paisanos burgaleses, Los del Páramo, guerrilleros del rock rural y primitivo.

El legítimo rock ha huido a los campos huyendo de la contaminación acústica de las ciudades y de las veleidades de las listas de éxitos. El Loule-Louie es un lugar de encuentro entre adeptos llegados de diferentes latitudes, músicos norteamericanos o australianos en gira o de paso por la ciudad, rockers nacionales y trotamundos con aire de pioneros del Far West.

Por allí recalan los componentes de los grupos locales más auténticos, como Siniestro Total, Desperados, Los Enemigos o Los Vancouvers. El Loule-Louie es uno de los últimos refugios para los puros y tiene algo de catacumba frecuentada por adeptos provinciales o internacionales que llegan con la dirección escrita en un papel, transmitida de boca a boca, única publicidad que admite este bareto sólo apto para incondicionales.

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