El mal italiano
ITALIA, UNA vez más, pasa por una situación de crisis política, económica y social que resultaría aún más alarmante si no fuera por su probada capacidad para superarlas. En el ámbito político hay que destacar el cambio en la cúpula de la Democracia Cristiana, un partido que en la práctica ha ejercido el poder desde el final de la II Guerra Mundial.Pues bien, en este poderoso partido y tras varios meses de discusiones, ha dejado la secretaría general un Forlani totalmente desprestigiado en favor de Martinazzoli, cuya cualidad más destacada es la de haber permanecido al margen de los escándalos político-financieros. Con todo, no es probable que el nuevo líder pueda aplicar el programa de renovación que propone, si se considera el peso que siguen teniendo los grandes figurones, reacios siempre a todo cambio. La etapa de Martinazzoli puede ser un paso más en la disgregación del partido. Tan es así que otro líder renovador, Segni, ya ha creado un Movimiento por la Reforma, que si bien sigue por ahora dentro de la DC tomará un rumbo de ruptura e independencia si la renovación fracasa.
Mientras tanto, en el partido socialista, el poder de Craxi se tambalea. Ante la ofensiva de Martelli, que aboga por un cambio profundo del sistema político -creando una coalición amplia de las izquierdas y modificando el sistema electoral para establecer una relación más directa del diputado con el elector-, Craxi anuncia su propio plan de renovación: permitir la promoción de líderes jóvenes, aunque seleccionados por él mismo.
En todo caso, esta situación en la DC y en el PSI merma aún más la autoridad del Gobierno de Amato, que ya nació con un perfil débil. A ello hay que añadir un fenómeno preocupante: el estrepitoso incremento electoral de los grupos que se colocan fuera del sistema, como la Liga Lombarda y otros semejantes. En el reciente caso de las elecciones municipales de Mantua, la Liga alcanzó la victoria y dejó a democristianos y socialistas en una posición ridícula, con la mitad de sus votos tradicionales. Crece, pues, una corriente que tiende, no tanto a una crítica dentro del sistema -como la que realiza Oechetto contra Amato-, sino a una negación total, con talante y propuestas populistas. Síntoma preocupante, porque ese clima ha sido siempre el más propicio para los intentos autoritarios.
En el terreno económico hay que señalar la inequívoca demostración de descontento popular que fue la huelga general de cuatro horas convocada el pasado martes por todas las centrales sindicales (incluidas las que están ligadas a los partidos gubernamentales) contra las medidas que el Gobierno de Amato pretende imponer para sacar a la economía de su lamentable estado. El talante en las manifestaciones y mítines fue mucho más radical de lo previsto: no pocos dirigentes sindicales fueron increpados por su "moderación". Amato había logrado este verano un acuerdo con los sindicatos sobre una medida esencial: la supresión de la escala móvil. Pero el acuerdo duró poco: la reacción en la base sindical fue muy negativa y, por otro lado, el Gobierno incluyó en su programa nuevas medidas de ajuste -recortes en los gastos de sanidad y pensiones- que han estimulado la amplitud y virulencia de la reacción popular.
En resumen: Amato tiene en el Parlamento una mayoría muy escasa y su idea, compartida por otros, de gestionar con el Partido Democrático de la Izquierda (PDI) su incorporación al Gobierno pierde virtualidad a causa de la presión producida en la huelga general. De este modo, se encadenan situaciones críticas en las que la debilidad política de los dos grandes partidos coincide con una situación económica próxima a la quiebra nacional. Es justamente lo contrario de lo que se precisa: un Gobierno con un amplio apoyo parlamentario capaz de conseguir un acuerdo entre las fuerzas sociales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.