Asturias sorprendente
Literariamente Asturias ha colmado nuestras expectativas de sorpresas suculentas. Primero, el descubrimiento póstumo del poeta Basilio Hernández, algunos de cuyos versos mejoran los mejores del primer Pedro Salinas, esto es del mejor Salinas: "Carmen en holocausto en tinta china / tu maniquí llagado por mi pluma / ¡qué bien ordena y manda a flor de broma / amor custodio y mártir bailarina!". Su vida oscura y voluntaria de tendero provinciano me recuerda los retiros de Robert Walser en los empleos de mayordomo de casas distinguidas, y a los militares de Descartes, que prefirió los duelos de las armas, cuyas victoria o derrota le importaban una higa, a los que hubiese tenido que mantener con inquisidores y demás halagos; no tuvo empacho el francés metódico en confensar su fe en el milagro de la Virgen de Loreto, que viajó muy monamente desde donde estuviese a la localidad italiana del mismo nombre, mereciendo por ello ser exaltada a patrona internacional de los aviadores.La prosa de José Antonio Mases en El palenque comienza por ser eso: una prosa excelente. El autor profesa abiertamente su predilección por rescatar palabras viejas, a las que la prisa y las alteraciones del paisaje, y por ende de las conductas, han relegado al cajón de los arcaísmos. Propongo precedentes. El mejor, Gabriel Miró, tan injustamente tratado por Ortega; el peor, Ricardo León con sus insufribles Alcalá de los Zegríes (Toledo) y Casta de hidalgos (Santillana del Mar). Más peliagudo resulta evaluar idéntica querencia en don Ramón Pérez de Ayala, también asturiano y celebradísimo, poeta fácil y con el acierto mayor de una novela con niebla en las cumbres y el que tuvo al provocar, con A. M. D. G., un espléndido ensayo de don José Ortega; pesaditas en cambio y con léxico ringorrangoso aunque divertidas contra pacatos, las que escribió sobre Urbano y Simona.
¿Es purismo lo que mueve a estos escritores? Comprensible en Miró, ya que cuando compuso sus fetichismos y milagrerías y piedades, cuando estaba su entorno a la altura de sus labores: casi desconocido; luego nada de purismo. José Antonio Mases escribe en época en la que la publicidad y los políticos arruinan el lenguaje: pues tampoco purismo. Menos mal, ya que sigo a Karl Kraus en lo de que los puristas son los reventadores de la lengua. Mases ahonda además en términos ultramarinos y sus expresiones convienen a quienes las emplean y no suenan a falsete ni a bordón, ni a floripondio léxico. Tampoco sonaban en estas claves el Tirano Banderas, de don Ramón María del Valle-Inclán, y Tigre Juan, del asturiano ya citado. Es curioso, pero apenas nos extraña la escasa influencia sobre la prosa francesa del hablar de sus colonias. Nada hay en A tala y René, del vizconde de Chateaubriand; que nos traslade a territorios distintos, salvo la pureza de una pasión que no podía sentirse en la metrópoli gala. Algo parecido ocurre con Pablo y Virginia, de Bernardino de Saint-Pierre. Nuestros escritores han sido, por fortuna, más permeables. No disponemos de una alianza francesa, que es prolongación y sustitutivo de su imperio colonial, y el Instituto Cervantes nace tarde en este V Centenario de nuestros ajetreos en plural mestizaje. Los indígenas del ultramar francés se comunican como preciosos con poca ropa; la diferencia es meramente de vestuario. La colonización francesa no ha producido una sor Juana Inés de la Cruz, ni un Martín Fierro, ni el Fausto gauchesco de don .Estanislao del Campo. Lo más americano que han logrado. es el final, comienzo del trayecto, de Manon Lescaut, que suena más en Puccini que en el abate Prévost y no digamos que en Massanet.
Presumo que los expertos discutirán a qué género de los no tantos pertenezca el libro de Mases: ¿historia revelada, prosa novelística, ensayo de novela? El ritmo de la narración es despacioso, aunque preñado de dulces y terribles peripecias. Yo, desde luego, no he adivinado el final. ¿Es una novela esa inconclusa de Palinurus, alias Cyril Connolly, Atiende estos laureles o una concentrada disquisición erudita y culinaria, digna en esta calidad segunda de los menuses de Pepe Carvalho en trances apurados? ¿Son novelas todas las anunciadas como tal los textos que salen del mejor telar de Juan Benet? ¿No resultan ensayos un punto fatigosos las novelas de Marguerite de Yourcenar, que sus ensayos no dan ostra por vieira? Gullón estuvo de acuerdo conmigo en cuanto a lo de la belga de nacencia y menos en lo que toca al ingeniero de la calle de Pisuerga, cercana a la Colina de los Chopos. No sé qué pensarán Lázaro Carreter o Víctor García de la Concha, académicos ambos y el segundo asturiano de Villaviciosa. Gullón nunca dio el si a la teoría de Gonzalo Sobejano sobre La Regenta: que si espacio novelístico real o imaginario. Son contrapuntos estos nada inútiles, sí poco utilizables. Una novela lo es, pienso, cuando el lector la lee como tal. Más grave me parece embarullarse en el dilema sobre si es mejor veranear en El Escorial o en Cercedilla. Tontos los hay en todas partes, aunque en Cercedilla tampoco se persona la Virgen María. Para el crítico cuentan el ritmo, la capitulación, que haya más o menos encrespamientos en el momento de clasificar un libro. El editor debe cuidar, a más de las ventas, de la impresión y de los márgenes en cada página. Hacer anotaciones en los márgenes es buen método para releer por cualquier página, es decir, para hacer una auténtica lectura memorizable. En El palenque no es posible individuar a los personajes. Quizá por eso sea Más un libro espléndido que una novela. En cualquier caso, bienvenida sea la poesía de Basilio Hernández y el libro de José Antonio Mases, que ha vuelto a Asturias y se ha recluido en su pueblo natal de cinco o seis vecinos. Se escapa a veces a Gijón para admirar la pintura de Evaristo Valle y la mejor de Barjola, la que desciende de Evaristo Valle y no la que es un Bacon refrigerado. Que admire también la ejemplar restauración del palacio Revillagigedo y los cuadros monumentales y jovencísimos de Joaquín Vaquero Palacios y Joaquín Vaquero Turcios. En Gijón nada se desperdicia y Asturias nos sorprende. Pero cuidado señor Mases: la temible Virginia Woolf nos advierte de que con las palabras no es posible la felicidad..
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.