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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Herencia yugoslava

LA EXPULSICIÓN de Yugoslavia de las Naciones Unidas, decidida por la Asamblea General por 127 votos a favor, 6 en contra y 26 abstenciones, es una decisión sin precedente en la historia de esta organización. Incluso en el caso de Suráfrica, condenada en 1974 por su política de apartheid, se decidió suspender sus derechos de participar en la Asamblea, pero sin que dejase de pertenecer a la ONU. Es cierto que el problema reviste, en el caso de Yugoslavia, unas características especiales: al estallar la antigua Federación Yugoslava, fundada por Tito en 1945, varias de sus repúblicas, como Croacia, Eslovenia o Bosnia-Herzegovina, se han declarado independientes y han sido reconocidas como tales por la comunidad internacional. En cambio, Serbia y Montenegro han creado una nueva, federación, a la que han dado el nombre de Yugoslavia, con la pretensión de heredar el puesto de la antigua federación en la ONU y en las demás organizaciones internacionales. Tal pretensión es la que la Asamblea de la ONU ha rechazado de modo tajante.En términos concretos, lo que la Asamblea ha votado es que la Yugoslavia que hasta ahora formaba parte de la ONU ha dejado de existir. Si ahora se ha creado un nuevo Estado con el nombre de Yugoslavia, éste tiene que hacer una demanda de ingreso, la cual será tramitada de acuerdo con lo que especifica la Carta de la ONU. Ello implica que la nueva Yugoslavia tendrá que comprometerse a cumplir la Carta. Es significativo que la ONU ha aplicado en el caso yugoslavo un criterio totalmente distinto al que fue empleado ante la desaparición de la Unión Soviética: entonces no hubo ninguna objeción a que Rusia heredase el lugar de la Unión Soviética, incluido el puesto permanente en el Consejo de Seguridad. Ello subraya que el voto de la Asamblea General no ha sido de procedimiento, sino fundamentalmente político. Ha sido la condena más terminante, y de gran peso por su carácter universal, de la agresión que los serbios están realizando en Bosnia.

El fondo del problema estriba en que las decisiones de la Conferencia de Londres, en la que participó la ONU, y que tendían al restablecimiento de la paz, son descaradamente violadas por las tropas serbias de Bosnia. Es cierto que éstas no son las únicas que cometen actos salvajes, pero sí las principales responsables de que continúen los bombardeos y los ataques contra Sarajevo y otras ciudades. Milan Panic, jefe del Gobierno yugoslavo, ha presentado en Nueva York un plan de paz y ha proclamado su voluntad de derrotar a los halcones nacionalistas de Belgrado. Pero los hechos demuestran que por ahora son los halcones los que mandan. Y en estas condiciones la ONU sólo puede reforzar en todos los terrenos las sanciones y medidas tendentes a poner fin a la agresión serbia. El voto de la Asamblea es un paso en ese sentido, aunque insuficiente.

La causa de la paz y de la legalidad internacional exige más que votaciones. La tragedia de Bosnia pone de relieve la urgencia de reforzar considerablemente las medidas de garantía de la paz de las Naciones Unidas. La situación presente -en la antigua Yugoslavia y en otros lugares- exige no sólo incrementar los cascos azules numéricamente, sino dar a sus misiones un carácter más activo, más enérgico y comprometido. Las propuestas del secretario general, Butros Gali, en su "agenda por la paz", en el sentido de que los Estados deben poner unidades militares a disposición del Consejo de Seguridad, que puedan ser movilizados en un plazo rápido, es una concepción nueva de lo que debe ser actualmente el papel de la ONU para proteger la paz. Responde a la etapa tan conflictiva en que ha entrado el mundo -para sorpresa de muchos después del fin de la guerra fría.

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