Calma
Eramos ricos. Ya no somos ricos. Estábamos de moda. Ya no estamos de moda. Gastábamos a espuertas. Ya no podemos gastar. Vivíamos muy felices. Ahora hay que verle la cara a la gente. También confiábamos en Europa, y, de pronto, entendemos menos lo que pasa en nuestro continente que en el que hay un poco más abajo. Creíamos en la solvencia de la democracia, pero sospechamos que la democracia no cree en la nuestra.Tuvimos éxito en Barcelona, pero en cuanto acabó la fiesta el mandamás de allí reclamó las medallas para él y un ministro de Exteriores con plumas en el gorro. Protegimos al AVE de posibles atentados con miles de reclutas, y el bólido más costoso de nuestros ferrocarriles se empleará en breve para el transporte supersónico de ganado. Bajó el precio de la gasolina. Volverá a subir un día de éstos. Subirá todo.
La campaña turística ha sido desastrosa por culpa de la elevada cotización de nuestra moneda, aunque eso mismo permitió las peregrinaciones a Disndylandia para pedirle a Popeye el bote milagroso de espinacas que necesita Solchaga. Devaluó la peseta, y aún la volverá a devaluar, pues no hay terremoto sin segunda sacudida.
Soportábamos, como un mal menor, un déficit comercial de 64.000 millones de dólares, el más alto del mundo después de Estados Unidos, y ahora la humillación de esta cifra se incrementará en 300.000 millones de pesetas más. Veremos cuándo y cómo se paga esta deuda.
Sin embargo, el Gobierno repite que no hay que alarmarse. Peor están en el Este y en el Sur. Calma. Ya vamos en la gran nave espacial camino de la órbita exclusiva del progreso y de la abundancia, donde habrá una moneda única, fuerte y estable, aunque en el reparto nos corresponda muy poca.
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