María Orán, la elegancia del canto
Tras las brillantes conferencias de Robert Wilson y Luis de Pablo y en vísperas de la de Alberto Zedda el próximo lunes, se sitúa la primera de las actuaciones musicales de las jornadas ópera 2000 que organiza la Asociación de los Amigos de la Opera de Madrid. Nada, pues, más oportuno que la intervención de la soprano María Orán en un recorrido a través de la canción de concierto de algunos grandes compositores de ópera, canciones que son pequeñas miniaturas o apuntes donde a veces se encuentra el germen de las obras de mayor envergadura.María Orán es una cantante atípica. Catedrática de canto en Friburgo (Alemania) desde 1978, ha permanecido ajena a todos los excesos y protagonismos con que muchos de sus colegas han adornado algunos tramos de sus carreras en los últimos años. Lo de: María Orán es simplemente cantar y lo hace con un gusto exquisito por el dominio de los estilos y. su innato sentido melódico, apoyados por una técnica que hace naturales y aparentemente sencillos los pasajes más difíciles.
María Orán (soprano)
Piano: Miguel Zanetti. Canciones de concierto de Gounod, Massenet, Bizet, Messiaen,..Donizetti, Puccini, Rossini y Verdi. Opera 2000. Auditorio Nacional (sala de cámara). Madrid, 22 de septiembre.
Le va a María Orán como anillo al dedo el repertorio francés en que abordó desde los grandes románticos hasta Messiaen. La entonación de alguna frase de Massenet trajo el recuerdo de Victoria de los Ángeles, de quien la soprano canaria se puede considerar heredera en el terreno del lied y hasta en la forma de comportamiento. El conocimiento de la prosodia francesa en las melodías de Messiaen, la magnífica articulación de las vocales nasales, el garbo con que acometió las dos canciones de Bizet, o la inteligente colocación de las frases con un sentido rítmico y lingüístico preciso, fueron características a destacar de la lección de canto que constituyó la primera parte del concierto.
En la segunda, María Orán se movió con desenvoltura en las bellas canciones de Rossini y Donizetti con versiones de gran personalidad, impregnó de dulzura y sentimiento no empalagosos a Puccini y mostró un Verdi un tanto confuso y carente de mordiente, precisamente en el momento en que mejor se hallaba de voz, como se demostró en una canción de Giordano ofrecida como propina. Acompañó con corrección al piano Miguel Zanetti.
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