Francia decide hoy el futuro de la Unión Europea
Pocas veces en la moderna historia de Francia ha sido tan justa la célebre frase de La marsellesa: "Vamos, hijos de la patria, el día de gloria ha llegado". Hoy, tras varias semanas de un debate político de calidad envidiable, 38,3 millones de electores franceses deciden democráticamente el destino de 350 millones de europeos. Sobre sus hombros pesa el futuro de la Unión Europea. Si dicen sí a la ratificación del Tratado de Maastricht, el proceso de integración política, económica y monetaria de 12 países europeos, y quizá más en un futuro próximo, seguirá adelante. Con dificultades, pero adelante. Si responden no, la historia dará un salto atrás.
El sí parte favorito, entre el 50% y el 54% de las intenciones de voto, según las últimas encuestas. El miedo a las dramáticas consecuencias del no, la inquietud provocada por las tensiones monetarias de los últimos días y el cáncer de próstata del presidente François Mitterrand son, según el analista Jérme Jaffré, factores que hoy deben jugar a favor del sí.Pero, como subraya el también analista Olivier Duhamel, los franceses son imprevisibles. "Francia", recuerda, "es el país de la revolución de 1789, de la Comuna de París, del Mayo del 68, la patada en el trasero a De Gaulle en el referéndum de 1969 y, recientemente, las protestas salvajes de agricultores y camioneros". Lo seguro es que la gran mayoría de los franceses ha tenido ocasión de enterarse de los pros y contras del Tratado de Maastricht. Han hablado en sus hogares, centros de trabajo, bares y restaurantes de cuestiones como la soberanía nacional, la democracia, la moneda y el papel de su país en el mundo. Si los líderes europeístas de los otros países comunitarios reprochan a Mitterrand el riesgo que supone la celebración del referéndum, los franceses le agradecen de antemano esta resurrección de la democracia directa.
Este debate ha probado que el cacareado "consenso francés sobre Europa" era una falacia. Maastricht ha puesto en evidencia el foso que separa a dos mitades de Francia.
El debate ha desgarrado no sólo a la sociedad francesa, sino a todos y a cada uno de sus componentes. El gran símbolo de este desgarro individual es el que afecta a los electores de derechas. Sus dos principales líderes, Valéry Giscard d'Estaing y Jacques Chirac, les piden que voten a favor de Maastricht, cuando ellos tienen ganas de votar en contra de Mitterrand.
Entre las ocho de la mañana y las ocho de la tarde, los franceses deben responder a la siguiente pregunta: "¿Aprueba usted el proyecto de ley sometido al pueblo francés por el presidente de la República autorizando la ratificación del Tratado de la Unión Europea?". Es el séptimo referéndum desde la fundación, en 1958, de la V República, y en todos los casos, menos en el de 1969 -De Gaulle lo perdió y abandonó el poder-, los presidentes convocantes obtuvieron más del 60% de síes.
El no del pueblo danés a Maastricht no impidió que el proceso de ratificación del tratado siguiera adelante, pero un rechazo francés, y en eso están de acuerdo Mitterrand, Jacques Delors, John Major, Felipe González y Helmut Kohl, será mortal de necesidad. Y no sólo por la diferencia de talla entre ambos países, sino también por el hecho de que Francia ha sido, junto con Alemania, la principal locomotora de la construcción europea.
Un sí francés a Maastricht podrá ser considerado como la primera piedra verdaderamente popular en la construcción de la unidad política, económica y monetaria de Europa. El sí significará que Francia acepta compartir con sus vecinos parcelas importantes de su soberanía. Pero un no será una bofetada a Europa. Francia enterrará un sueño que ella misma alumbró.
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