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Los signos han sustituido a la belleza en el idioma de la estética, dice Norman Bryson

El teórico del arte participó en un congreso sobre estética celebrado en Madrid

Ya nadie cree en el artista solitario que busca sólo la belleza, dice Norman Bryson, profesor en Harvard, uno de los teóricos que más expectativas han suscitado en el XII Congreso Internacional de Estética que se clausuró el fin de semana en Madrid. "Siempre hay un interés detrás del arte: la economía, la política, la vanidad..." Además, belleza ya no es una palabra que figure en el idioma de quienes especulan sobre estética. Han cambiado los objetivos, como tantas otras cosas, aunque continúe la pasión. Ahora de lo que se habla es de signos. Y se interpretan.

"Cuando iba al Museo del Prado me sumergía en un océano de placer", evoca Norman Bryson, autor, a sus 42 años, de una bibliografía de teoría estética tan extensa que resulta sorprendente en quien, como él, empezó, en el King's College de Cambridge, como profesor de literatura. Y el placer que resiente al contemplar el arte le hace pensar sobre el lado instrumental que atribuyen a éste sus alumnos: el lado interesado. Se resiste a ver qué interés sostiene inevitablemente su placer."Una enorme cantidad de cosas ha cambiado en la reflexión estética, dice Bryson con un acento británico que se alinea con su atuendo, incluida una corbata de college, pero que contradicen sus opiniones contra la insularidad". Ha cambiado, explica, la concepción del artista tocado por el dedo de los dioses para realizar una obra única, y ahora se le ve como el partícipe -sería excesivo hablar de producto- de un proceso en el que intervienen otros muchos elementos. Así, se ha llegado a acuñar el término de miguelangelismo, sin duda peyorativo, para aludir a la vieja concepción romántica.

Al igual que en otros muchos campos del humanismo, está en crisis el viejo sueño positivista de que el arte puede ser explicado, como intentaban hacer no sólo los viejos maestros de las universidades occidentales, sino, por ejemplo, el marxismo. La explicación, sólo concebible sobre el presupuesto de que existe una verdad en la que ya muy pocos creen, ya no tiene sentido. Lo que hoy se hace es interpretar. Y, a juicio de Bryson, lo que se le puede pedir al intérprete es que sea creativo. El lado malo de este cambio en los valores es que se ha perdido la "certeza de las prioridades" que caracterizó el socialismo. Pero, como ha insinuado la historia reciente, toda fijación de prioridades termina siendo conservadora.

La creatividad del intérprete suscita de inmediato el problema de los límites a esa creatividad, asunto no sólo ético que se encuentra en el centro mismo del debate: interpretar, ¿hasta dónde? De las diferentes respuestas se deducen, en cierto modo, las correspondientes propuestas de recepción artística a debate, desde el clasicismo humanista, según el cual el arte transmite incólume el mensaje del autor-artista, hasta el deconstructivismo, que considera el texto como un sistema de signos abierto a la interpretación.

Máquinas coactivas

Cobra un especial significado en este contexto la polémica que comienza a desarrollarse en Estados Unidos contra los museos. Pues los museos, dicen sus críticos, son "máquinas coactivas". Paradigmas mismos de la arquitectura que ya es coactiva por sí misma, los museos constituyen la imposición de una interpretación determinada del arte -siempre según sus detractores-, y hasta sus guardianes pueden ser vistos como metáforas de los guardias que custodian los valores establecidos, los valores del Estado.Desde luego, piensa Bryson, que existe un pensamiento estéticamente correcto (al igual que un pensamiento políticamente correcto) si por tal se entiende la forma tradicional de entender y recibir el arte. Algo que por ser coactivo es esencialmente conservador.

Algo ha cambiado también, y radicalmente, en la no tan lejana forma de contemplar la cultura. La tendencia ya no es a politizar la cultura, sino a culturizar la vida. Profesores de ballet que ya no intentan que les perdonen por hacer algo supuestamente inútil, sino que insisten en explicar que el baile tuvo suma importancia en la corte de Versalles, hasta el punto de que la corte hubiese sido distinta sin él.

Signos

Antiguo profesor de literatura en Cambridge y actualmente de un seminario sobre posmodernismo y posestructuralismo en Harvard, Bryson daría mucho por que sus estudiantes actuales se apasionaran en la discusión de la diapositiva de una obra de arte como lo hacían sus estudiantes de literatura. Su paso de una a otra disciplina se hizo precisamente porque creyó que toda la interpretación que se daba en una faltaba en la otra. (Recientemente ha observado entre los artistas cierta hambre de reflexión teórica). Y en esta época descreída y escéptica, en la que las grandes palabras han pasado al subconsciente, es justamente la pasión de interpretar lo que lo mueve todo. "Hasta el último técnico quiere introducir la interpretación en su vida".

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