Respuesta de Laín
Con íntima molestia he leído la despectiva e irresponsable mención de mi nombre en la entrevista con don Clemente Auger -seria y plausible, por lo demás que en su número del 29 de agosto ha publicado EL PAÍS. Ha bla, en efecto, de "los lamentables debates sobre la esencia de España, en versión brillante, de Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro, o en caricatura, de Laín Entralgo y Calvo Serer". Afirmación a la cual debo opo ner los siguientes hechos:
1. Nunca he entrado yo en de bate con el señor Calvo Serer. Su consigna "España sin problema" me pareció y sigue pareciéndome una memez, y jamás he respondido a ella.
2. La serie de estudios a cuya recopilación di el título de España como problema -me limitaré a nombrar Sobre la cultura española, Menéndez Pelayo, y La generación del 98- no pretendía indagar cuál es la "esencia" de España, y menos aceptar la tesis idealista y romántica del "espíritu del pueblo", de la cual siempre he sido adversario, sino mostrar cómo en el último cuarto del siglo pasado, y desde entonces hasta la Segunda República, se había hecho problemática la idea de España -la realidad de su presente, el proyecto de su futuro, la visión de su pasado-, y por consiguiente su vida en la historia. Lo mismo digo de otro libro mío bastante posterior, el titulado A qué llamamos España.
3. Salvo este último, en el cual es patente la influencia de las tesis de Américo Castro, mis libros sobre el problema de España son anteriores al primero de los que formalmente dieron a conocer la interpretación castriana de la historia de España (Los españoles en la historia, Buenos Aires, 1948); en modo alguno pueden ser una "caricatura" de tales tesis. Por lo demás, tampoco Américo Castro admitió nunca la idea del "espíritu del pueblo". Lo que él quiso hacer -con acierto o sin él; díganlo sus lectores imparciales y los especialistas en los temas que toca- es mostrar cómo se produjo el modo de vivir vigente entre los españoles cuando España compareció como tal en la historia de Europa. Empeño al cual, aunque se discrepe de la interpretación que Castro propone, no creo que responsablemente pueda llamársele "debate lamentable".
Nunca he pretendido ser y creo que nunca he sido caricaturista de nadie; si alguno piensa que lo he sido, que lo demuestre. Tampoco pretendo que se hable de mí; cualquiera puede, como los mexicanos dicen, ningunearme. Sólo aspiro a que si se me discute sea -lo diré en términos jurídicos, punto menos que ineludibles en este caso- con conocimiento de causa.
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