Días de perros
Al leer el artículo de opinión que Julio Llamazares publicaba en este periódico el pasado jueves 20 de agosto titulado Días de perros, automáticamente me vinieron a la imaginación las típicas estampas de amo y perro: los paseos por jardines, los alegres ladridos nocturnos al ver aparecer a su dueño en el umbral de la puerta, el celo con que estos animales protegen todo lo suyo, etcétera; es decir, lo que Julio Llamazares considera virtudes inapreciables en su perra, algunas muy por encima de las que puede ofrecerle cualquier ser humano. Sin embargo, quizá nuestro escritor nunca ha advertido que estas mismas virtudes pueden considerarse también defectos molestos para el prójimo: por los parques pasean también personas a las que la presencia de un animal en libertad, por muy noble que sea, les puede asustar; el vecino de su casa no estará tan contento como su perra cuando a altas horas de la noche le despierten los ladridos o tenga que enfrentarse con su animal en el rellano de la escalera porque, como celoso guardián de las propiedades de su amo, la perra piensa que todo él le pertenece. A veces el dueño de un perro se comporta como el empedernido fumador que tiene tan asimilado su vicio, convive tan íntimamente con él, que no se da cuenta de que a los demás les puede molestar. ¿Estas actitudes no revelan quizá un progresivo y peligroso desprecio por el ser humano, y los perros o el tabaco no serán más que un refugio desesperado?-
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