Solidez
La diferencia entrenuestro país e Inglaterra, por ejemplo, consiste en que allí un profesor de Oxford no sabe quién es lady Di. Y si lo sabe no conoce su desgracia y si la conoce no le importa nada y si le importa se lo calla. Un científico de Oxford sólo hace ciencia. Lo mismo sucede en Harvard, en Berlín o en la Sorbona. En esos centros los investigadores trabajan en la biblioteca y en el laboratorio sin que les preocupe en absoluto los avatares del pene de Woody Allen o los amores de piscina de la Sarah Ferguson. No imagino a un economista de Chicago o a un teólogo de Tubinga interesado en el divorcio de un cantante. Los periódicos que esta gente lee no suministran esa clase de noticias. Sin embargo, en nuestro país el embarazo de una actriz secundaria ocupa parte de la conversación de unos banqueros en el consejo de administración y los prelados en las reuniones de la conferencia episcopal están al corriente de las vacaciones de Isabel Preysler. El chismorreo más vulgar empapa toda nuestra sociedad, y aquí no se salva nadie sino un pastor perdido en el monte con el ganado o algún sabio despistado de provincias, cazador de mariposas. Aristócratas, intelectuales, clérigos, políticos, escritores, altos funcionarios devoran los escándalos, siguen las incidencias de los seriales de televisión, saben de memoria los maridos que ha tenido Elisabeth Taylor. Corren malos tiempos. Para no ver cadáveres hay que mirar al techo. Para no oler la corrupción hay que usar mascarilla. Pero cualquier país bien hecho, aun en esta época tan cruel y a la vez tan liviana, conserva unos cimientos muy sólidos para apoyarse, tiene algunos espacios cerrados donde no suele ser bien recibida la estupidez. En ellos existen aún muchas personas que cumplen con su deber sólo por ser su deber, sin preocuparse de otra cosa. En cambio, aquí en España cualquier chisme conmueve el Estado, hace perder el sueño a ilustres pensadores, saca a los científicos de los laboratorios. ¿Dónde hay en este país un asa firme para agarrarse?
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