El Rey
¿Se va a convertir ahora la familia real en materia de degustación? El tendero medio de este país celebraba que el Rey fuera motorista, aviador, esquiador, regatista; que saludara desde el balcón con una mano capaz de partir dos ladrillos con un golpe de kárate. El deporte y cambiarse de traje siete veces al día es una ascética para los ejemplares de sangre azul. A la gente le gustaba un Rey magullado con esa clase de cicatrices que dan carácter. Juan Carlos pronto complació al público arreándose toñas contra los cristales, astillándose la cadera y después una rodilla, y aunque el diseño regio con estos costurones mejoraba bastante, siempre funcionó entre ciertos lobos que gobiernan la prensa el pacto tácito de no romper tan delicado jarrón. Pero, en este país está ya toda la carne picada. Aristócratas, artistas, banqueros y políticos con sus respectivas amantes o consortes han exhibido a pleno sol los menudillos, y antes sus cuerpos desnudos ya habían ardido en presencia de los fotógrafos, que siempre piden más caballos. Sólo queda la familia real por devorar, y esto no es una frivolidad, sino un dato muy cruel de la sociología. Cuando un país alcanza los 10.000 dólares de renta per cápita da un salto cualitativo, cambia de alma, desprende el lastre de varios tabúes, se permite algún lujo, por ejemplo, meter el dedo en la tarta de la Corona y chupar. La cuestión consiste en saber si la monarquía tendrá la solidez suficiente para convertirse en objeto de humor, en materia de degustación morbosa para una clase de tenderos enriquecidos. De hecho, Juan Carlos se halla ante un gran desafío, tan peligroso como aquel golpe de Estado del 23 de febrero, que en realidad vino a legitimarlo porque supo jugar entonces la carta adecuada. Ahora el reto es mayor: se trata de ofrecer la vida privada de la familia real a ciertos lobos, sabiendo que éstos nunca se van a saciar, ya que este tipo de banquete es una conquista de la democracia, y que la Corona salga de esta carnicería no sólo indemne, sino fortalecida.
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