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FERIA DE BILBAO

Casta agria

Los toreros suelen decir que el toro, para torearlo a gusto, ha de ser repetidor incansable de embestidas. Pero es mentira. Ese toro no lo quieren ver ni en pintura. Una cosa es lucirse en los coloquios desplegando brillantes teorías y otra bien distinta verse delante de un toro de casta que precipita su bravura sobre el engaño y lo persigue con insistente codicia.Es, quizá, lo que menos soportan los toreros: un toro bravo de casta verdadera. Por eso elijen las ganaderías de casta aguada, aquellas que producen un manso de suave docilidad, el cual permite desarrollar la lidia sin mayores sobresaltos. Ahora bien, la dulzona mansedumbre dura poco, a la ganadería se le agría la casta y acaba criando toros peligrosos. La del Marqués, cuyos toros se lidiaron ayer, parece que lleva ese camino.

Domecq / Domínguez, Rincón, Ponce

Toros del Marqués de Domecq, tres de escaso trapío y tres discretos, varios sospechosos de pitones; mansurrones en general; deslucidos, excepto segundo y tercero, -nobles- y sexto, encastado.Roberto Domínguez: pinchazo y bajonazo (protestas); pinchazo, estocada corta baja y rueda de peones (bronca). César Rincón: estocada baja (minoritaria petición y vuelta); ocho pinchazos, varios de ellos perdiendo la muleta (aviso) y cuatro descabellos (pitos). Enrique Ponce: tres pinchazos, estocada corta atravesada y dos descabellos; rebasó en minuto y medio el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (ovación y salida al tercio); estocada corta atravesada traserísima baja y descabello; rebasó en minuto y medio el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (oreja). Plaza de Vista Alegre, Bilbao, 22 de agosto. Octava corrida de feria. Lleno.

Un repaso a las cinco últimas décadas del toreo serviría para hacer recuento de las ganaderías que en cada época estuvieron de moda, ninguna de las cuales logró mantener su cartel más allá de cinco o seis años. A los aficionados jóvenes les asombraría saber que, por ejemplo, una de las preferidas de El Cordobés, era la de Arellano. Fue sonada la disputa de este mismo torero y Palomo Linares por unos toros de Galache. Tiempo adelante, los apoderados reñían por los toros de Carlos Núñez y en cambio, ahora, prefieren no encontrárselos. La divisa del Marqués de Domecq aún figura entre las favoritas, aunque después de lo de ayer en Bilbao y de otras comparecencias, posiblemente pierda candidatos.

Moruchos

A César Rincón le salió un toro bronco del que quizá aún se esté acordando. A Roberto Domínguez le correspondieron dos que parecían moruchos. Unicamente segundo y tercero se comportaron tal cual los toreros desean -es decir, con inequívoca sumisión-, y hubo un último toro de aquellos que les incomodan, pues sacó casta.Los moruchos no le inspiraron a Roberto Domínguez lo que se dice nada, y los liquidó pronto. Hizo bien, mas al público le pareció mal. Es lo que tienen estos públicos tan aplaudidores y triunfalístas como el bilbaíno: que en cuanto un torero ha de quitarse de encima un morucho, le arman la bronca. César Rincón pegó muchos pases a su toro noble, desde luego sin ligarlos, muchas veces con la suerte descargada, y redondeó una faena aseadita. El sentido del quinto le desbordó, macheteó sin orden ni concierto y lo mató a la última.

Enrique Ponce se dobló por bajo con su primer torito inocente, no se sabe muy bien el motivo. También doblarse por bajo está de moda. Los tres espadas iniciaron sus faenas doblándose por bajo, daba lo mismo que sus toros fueran fuertes o flojos, francos o querenciosos, nobles o innobles. Al parecer la doblada por bajo propicia mejor postura que el ayudado por alto, y pues en la neotauromaquia manda la estética sobre la técnica lidiadora, los toreros han optado por esta suerte.

Y ahí, en la estética, cobra clara ventaja Enrique Ponce, que es uno de los toreros con mejor gusto interpretativo del momento. Su faena al torito inocente no tuvo hondura, una vez que intentó el toreo al natural le salió vulgarcito, instrumentaba derechazos sin apenas ligazón y con abuso del pico, pero muchos de ellos los ejecutó con cadenciosa armonía.

La casta vivaz del sexto toro planteó otras emociones en el ruedo y Enrique Ponce aportó distintos méritos. Para empezar, estuvo decidido. No le perdió la cara al toro, ni rehuyó la pelea. Embarcó con templanza la mayor parte de los derechazos, y si algunas veces las astas alcanzaban la muleta, limpiaba el borrón con nuevos pases de mejor factura. No es que fuera una faena para tirar cohetes, desde luego, y este mismo diestro las ha redondeado mejores. Sin embargo, cuando un torero torea decidido un toro de casta, la fiesta vuelve por sus fueros, recupera sus más preciados valores y todo el mundo se pone contento. La afición exigente, también.

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