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Juegos y deportes

A veces una clasificación, siempre que se caractericen cumplidamente las diferencias específicas, es ya un paso de la reflexión. Voy a intentarlo con los juegos y los deportes. El uso de dos palabras -"juego" y "deporte"- depende de que convengamos en una definición del juego bastante recibida: que sólo hay juego si hay reglas. Pero hay "deportes", es decir, diversiones corporales, sin reglas. Pongo por paradigma simbólico de todos los deportes el que, al menos ontogenéticamente, tal vez sea el más originarlo de todos. ¿Cómo lo llamaré, pues ni siquiera creo que tenga un nombre fijamente acufiado?, ¿el "resbalín", la "resbaladera"? El caso es que millones de niños ricos se han sacado brillo a los fondillos de los pantalones dejándose ir a caballo y de espaldas por los pulidos pasamanos de las escaleras domésticas, y millones de niños pobres se han rozado las culeras dejándose ir sentados y de frente por los antepechos de las escaleras de la vía pública, antes de saber que existiese o pudiese existir un artefacto llamado "tobogán"; pero si, además, los niños pobres, para evitar la regañina materna por mor del desgaste o destrozo de sus pantalones, interponen un cartón entre el culo y el antepecho, ya han inventado, sin saberlo, algo aún más sofisticado: el bobsleigh. Esa pieza inmortal que es la tabla derecha del tríptico El jardín de las delicias, de Hieronimus Bosch, atestigua, por otra parte, que el patinaje -al menos sobre hielo- se conocía ya, como mínimo, en el siglo XVI. Los deportes deslizantes, bien sea aprovechando una superficie inclinada y lo bastante pulida, bien sea horizontal pero fuertemente resbaladiza, como el hielo invernal de charcas y lagunas -el patín de ruedas remedia la falta de tales superficies-, son deportes sin reglas, anómicos. Es cierto que para patinar hay que aprender, pero tal aprendizaje consiste en adquirir una técnica; una regla es una ley, una técnica no es una ley.El patinador va y viene como quiere, donde quiere y cuanto quiere, explotando su destreza técnica únicamente para darli gustu al cuerpu, corno decía el viejo Gabniel y Galán. Y ahora vemos que si, como quería Huizinga, sujetásemos la definición del juego a la presencia (le regla -nomos- aumentaríamos la intensión ("comprensión" de los escolásticos) y disminuiríamos la extensión de las voces "juego", "jugar", etcétera, hasta un punto inaceptable para la lengua castellana, obligándonos a expulsar de los juegos la comba, el diábolo o el yoyó, o, inversamente, tendríamos que violentar la noción de "regla" hasta incluir en ella las destrezas técnicas. Opto por descartar esto segundo y por incluir entre los juegos también los anómicos, como el patinaje, la comba, el diábolo, el yoyó, etcétera.

Nos encontramos ahora con que respecto de estos tres últimos juegos no podemos decir que se trate estrictamente, como en el patinaje, de darle gusto al cuerpo; los tres exigen, por el contrario, cierto grado -mínimo en el yoyó y en el diábolo y algo mayor en el salto a la comba- de esfuerzo corporal; el gusto con que aquí nos encontramos fue estudiado y, por cuanto yo sepa, denominado por los psicólogos vieneses -hoy injustísimamente olvidados- Karl y Charlotte Bühler, como "placer funcional", o sea, la complacencia psíquica -o tal vez cuasi psicosomáticaque reporta el ejercicio de cualquier destreza técnica. Retrospectivamente, podemos ahora sefialar la presencia del "placer funcional", junto al puro "gusto del cuerpo", también en el patinaje y demás juegos deslizantes.

El gusto del cuerpo en el patinaje y aún más en el tobogán o en el esquí viene de la ventaja con que sus medios -rampas pulidas, hielo- y/o instrumentos -esquís, trineos, patines de ruedas- permiten privilegiar altamente el rendimiento cinético sobre el esfuerzo corporal, enormemente disminuido en el patinaje y prácticamente suprimido en el pasamano de escalera o en el tobogán. Así pues, no son sólo deportes o juegos anómicos -si convenimos en que una destreza técnica no es una regla y desligamos a ésta de la noción de juego-, sino también ventajistas o gratuitos, ya que su gusto consiste en la disminución o supresión del esfuerzo. Pero son, además, deportes sin sentido, dado que en ellos no se trata de conseguir nada al final, sino de sacar gusto en cada momento durante el ejercicio.

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En esta clase de gusto -bien recogido en la expresión castellana "Mientras dura, vida y dulzura"- cada instante está en sí mismo, se pertenece a sí mismo, ya que no está en función del anterior ni del posterior ni, menos aún, de un final, de un logro. A tal aspecto psíquico del fluir temporal le ha dado, en un viejo texto, el nombre de "tiempo consuntivo", en contraposición al "tiempo adquisitivo". El "tiempo adquisitivo" es un tiempo tenso, porque cada instante está en función del anterior y el posterior; es un tiempo con sentido, porque en él se cumplen los valores, se persigue una meta; su trecho corre, en consecuencia, por un "todavía-no" y se corona en un "ya". Inversamente, el "tiempo consuntivo" es distenso, ya que en él cada instante está en sí mismo -no en función de otros-; es un tiempo sin sentido, ya que en su seno se gozan los bienes, no se persigue fin alguno; y, finalmente, su trecho corre por un "todavía" y cesa o fenece en un "ya-no". Si ahora le sacamos punta a la certera distinción de Hegel cuando dice que la historia no es tierra propicia para la felicidad, sino que lo que puede darse en ella es la satisfacción, miraremos el tiempo consuntivo como el tiempo de la felicidad, cuyo contenido propio será gozar los bienes; y al tiempo adquisitivo como el tiempo de la satisfacción, y el contenido propio de ésta será entonces cumplir los valores. No se me escapa -y no eludo la responsabilidad que ello comporta- que con estas parejas de opuestos comprometo también fuertemente el significado de las palabras "bienes" y "valores", pero reconózcaseme también que decir que los bienes se cumplen o que los valores se gozan sería forzar un tanto la lengua castellana.

A nadie obligan, por supuesto, ni tratan de obligar estas filosofias; para quien las acepte vuelvo, provisto de ellas, a los juegos. Supongo que hasta el menos avisado ya me habrá visto el plumero y adivina por dónde voy a ir. En el momento mismo en que un deporte deslizante -y por lo tanto intrínsecamente anómico-, como el patinaje, se hace objeto de competición ("a ver quién corre más") aparecen las reglas, aunque no sea más que las rayas de salida y de llegada y la simultaneidad instantánea de la salida

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