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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Belleza y poder

Por primera vez ha pisado Madrid la gran compañía del teatro Kirov, al completo y con su brillante orquesta. Son los descendientes directos de Pavlova, Karsávina, Sokólina, y tantos otros que ya habían estado en el Teatro Real de Madrid a principios de siglo con Diaguilev.El mejor cuerpo de ballet del mundo salió a la escena del Conde Duque en su más histórico número, ese genial acto blanco que Ivanov compuso para una matinée en un martes de crudo invierno. Con crisis, con diáspora y sin un duro, la prueba del verdadero arte se impuso y nadie chistó mientras los 24 cisnes se apretujaban en unas diagonales perfectas. Olga Chenchíkova, atildada y correcta, no brilló, pero cumplió con una Odette carente de alas y a la que Fedotov, desde el podio, ayudó lo suyo. Mención para la orquesta y para su venerable director, que dio una lección magistral de cómo seguir y apoyar al bailarín.

Ballet del Gran Teatro Kirov de San Petersburgo

El lago de los cisnes (segundo acto): Ivanov-Chalkovski; Sinfónia escocesa.Balanchinc-Mendelssohn; La bella durmienle (tercer acto): PetipaChalkovski. Director: Oleg Vinogradov; director musical: Víktor Fedotov. Cuartel del Conde Duque. Madrid, 5 de agosto.

Le siguió un Balanchine raro: la Sinfonía escocesa que el genial georgiano compuso en 1952 después de ir con su compañía de entonces, el New York City Ballet, a Edimburgo. Fue en agosto, se inspiró, y en noviembre del mismo año estrenó la pieza de marras. Suprimié el primer movimiento de la obra de Mendeissohn y sobre Ias huellas del Fokin de Las sílfides y el Massine del ballet sinfónico, bordó un cuadro mágico y exigente. El Kirov lo baila lentamente, sin el brío neoyorkino, pero con limpieza y un poco de pátina ancestral. Larisa Léznina hizo una bella variación en travestí, con sus puntas sólidas y claras.

La función la cerró La bella durmiente, con una fresca y elegante Julia Majálina, promesa de la última generación que se consolida rápidamente.

Si las pirámides de Egipto o el casco antiguo de La Habana son declarados patrimonio artístico de la humanidad, ¿por qué un ballet como este no puede ser nominado algo así para salvarlo? El Kirov es ahora una especie de Equipo Unificado que más que luchar por el oro pelea por el oxígeno. El público balletómano de Madrid, que es muy amplio, culto y tiene una sed loca de buena danza mayor, llenó hasta la bandera las gradas y aplaudió la profesionalidad de los rusos, que dando una muestra más de generosidad, no interrumpieron la función ante la llovizna que por dos veces cayó sobre el lugar.

Ahora Madrid está en deuda con ellos, y la única manera de compensar su entrega será concederles el Teatro Real cuando alguna vez esté listo pare recibir a grandes ballets, si es que alguien se digna creer que en la futura ópera de Madrid también cabe este hermoso arte.

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