El circo y la guerra
El competente historiador y tratadista de circo Tristán Rémy afirmaba que las leyes fundamentales del mundo de la carpa se reducen a dos: movimiento y mutismo, y apoyaba su teoría sobre hechos indiscutibles. El señor Tristán Rémy era un hombre de otro siglo. Adelantándose quizá a la sociología de la diversión y el tiempo libre, volcó toda su ciencia en analizar la esencia de los juegos de trapecio y en escudriñar el encanto de esas señoritas que llaman ecuyères. (En mi memoria gira una muchacha a lomos de un caballo de ancha grupa. Al color de ese caballo le llaman isabelo, lo que añade a mi juicio estupefacto una ambigüedad mayor. Oigo sus cascos en la pista enarenada. La niña exhibe todas sus facultades, aunque el recuerdo haya congelado su destreza en una pose única, mientras transcurre el tiempo y ella sigue girando al trote como la figurita de un reloj. Sin duda esa imagen del circo es ambigua o hay una suerte de engaño. En otro naipe de la misma baraja surge la estampa de la mujer barbuda, un oráculo ceñudo y enigmático en el tedio sofocante y odioso del pabellón).Tristán Rémy era hombre de opiniones perentorias. Llegó a, afirmar que un payaso, cuantos menos chistes diga, mejor. No sé lo que puede aportar a nuestro tiempo la ciencia de aquel sabio. El circo de Tristán casi no existe. Murió Tristán paralizado y sordo. Llegaron las palabras, llegó el ruido. En cualquier feria de pueblo se puede constatar que hoy día el ruido constituye la mejor diversión. Del tratadista del circo podemos conservar las teorías sutiles y anacrónicas. Era un saber inútil, y en el ámbito del ocio han ido de otro modo. Sin embargo, su mirada me interesa aplicada a otros campos, porque sé me figura ser exacta, y las razones misteriosas del saber circense de algún modo se salen de la pista y merecen reflexión.
Mutismo y movimiento son leyes de la guerra. (Me refiero a los conflictos convencionales: la bomba nuclear es algo muy extraño que la Biblia, con su excelente y habitual precisión simbólica, denomina trompeta de Jericó, por aquellas que con invisibles radiaciones reducían a escombros las murallas). El mutismo, pues, en la guerra, convencional es lo que desde la noche de los tiempos se ha llamado el factor sorpresa, siempre escrupulosamente respetado, mimado, cultivado con especial esmero hasta que llega la hora H (salvo cuando nuestra II República, ebria de propaganda, anunciaba sus ofensivas con unos días de antelación). Es la virtud de Ulises, el taimado, contrapuesta a la robusta sinceridad de Aquiles, el del talón. Es silencio que dura hasta minutos antes de que despunte el alba. Al mutismo le acompaña la sospecha y huye como de la peste de las cámaras de televisión.
No se contradice el mutismo de la guerra con el juego parlante de los comunicados militares, cuya labor enmascara los silencios antes y después de pasar a la acción. Lo importante del circo no es lo que dice el director de pista. Lo importante es lo que hace la niña a lomos de su caballo isabelo. Su afán es sorprendemos. Gira el caballo al trote incesante mientras ella exhibe un equilibrio imprevisto. Los cascos van dejando un rastro de sangre. No nos engañemos. Bajo su apariencia ingrávida y teórica, Lolita es un horror.
Supongamos que el animal se lanza a un galope furioso sin motivo aparente. Lolita gesticula enardecida. Se diría que ha esperado ese momento para expresar con sus mejores piruetas su ambición. La ley circense del movimiento, aplicada a la guerra, es tan antigua como el arma de caballería. Desde el príncipe de los garamantes y Filipo de Macedonia, el hombre ha proyectado veloces maniobras envolventes, ataques fulgurantes al dispositivo vital del enemigo, súbitos alardes de sangrienta destreza, como suelen ser las guerras conducidas por los reyes pastores contra el agricultor. La técnica mejora el rendimiento. Así llegamos a la invención del motor. ("Esta guerra es una guerra de motores", decía Stalin, por una vez clarividente, refiriéndose al conflicto que no vio venir, y que le tocó apañar, y al pueblo ruso sufrir).
En nuestros tiempos, mutismo y movimiento se reúnen en el sincretismo del arma más avanzada. Se trata de un avión. El F-117, llamado avión furtivo, es mudo, esto es, indetectable, y en cuanto a movimientos, pasa por ser el más veloz. Tristán Rémy no saldría de su asombro considerando que el buen oficio del circo de antaño tiene las mismas raíces que esa otra actividad humana cuyo objetivo inmediato es sembrar el desastre. Así es la vida. Tampoco yo he salido de mi asombro. Su libro sobre el circo ha caído entre mis manos en el momento preciso para establecer la relación.
En Europa hay una guerra que dura desde hace casi un año. Todos la conocemos en directo, todos la vemos, absurda y presente en los hogares, hasta el punto de que alguien ha sugerido que fuera bautizada, sin ironía alguna, guerra de los brazos cruzados o guerra del espectador. Se me antoja que ese conflicto escapa a las leyes más arriba enunciadas. No es guerra de movimiento. Surgen los frentes como un sarpullido en el mosaico antiguo de las religiones y las lenguas, siguiendo los caprichos que la historia ha sembrado sobre la geografía, y a Europa nos pica en la espalda aunque detrás de la maraña política nos empeñemos en considerarlo un mal entregado a su propia y problemática curación. Se extingue un fuego y se alumbra otro más, como en tierra volcánica. Su motor es el odio, que supera en violencia al motor de explosión.
La guerra en Yugoslavia tampoco es guerra de argucias militares, de mutismo táctico, salvo en los privados horrores apenas desvelados. Las tribus enemigas, de puro fragmentadas, renuncian a las sutilezas teóricas de la sorpresa para entregarse de lleno a la demolición de las ciudades y a un ajuste de cuentas feroz. Alguien ha señalado que es guerra de oficios primitivos, de leñadores fanáticos contra ciudades de culturas mezcladas. Ayer fue Duvrobnik, luego Sarajevo, mañana será Belgrado, por qué no. El único factor sorpresa es nuestro propio estupor, y mientras tanto se descompone el mosaico y se hace añicos, y la buena voluntad que predica el Oeste se parece a aquel siniestro acomodo que en nuestra guerra civil se llamaba el pacto de no intervención. La ONU, dígase lo que se quiera, como antaño la Sociedad de Naciones, es el espectador institucional.
El circo es triste y la guerra es terrible. La ecuyère sigue girando en su caballo. Así la pinta a la guerra, armada de una espada, con ojos llameantes, el Aduanero Rousseau. Yo me remito a la mujer barbuda y a su fruncido ceño, al oráculo que escupe y a su obnubilante voluntad de destrucción. Lolita tiene barbas. Y el payaso, que llegó a Sarajevo en helicóptero, cuantos menos chistes cuente, mejor.
es escritor.
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