Dentro de quince días...
La fotografía que hoy publica EL PAÍS en su primera página ilustra fehacientemente el esfuerzo realizado por las distintas Administraciones, por los organismos intermedios y por la sociedad para dar a luz unos Juegos Olímpicos que significarán un hito en la historia de la España del siglo XX. Remando unidos en la misma dirección, estos dirigentes públicos aportan una simbología digna de resaltar en los momentos particularistas e insolidarios por los que transcurre el mundo.Esta imagen servirá para romper un poco más con los cenicientos localismos que han agitado hasta ahora los prolegómenos más inmediatos de Barcelona 92, pero la demostración palpable de la universalidad de los Juegos sólo se conseguirá dentro de 15 días, cuando los mismos hayan acabado y se pueda hacer esa cuenta de resultados intangible, que indicará si hemos avanzado o retrocedido en la convivencia de los pueblos.
Las limitaciones localistas más insólitas han tenido su manifestación en ese "Freedom for Catalonia" que han desplegado los sectores más estultos del independentismo catalán y algunos nacionalistas sobrepasados de tono. Su sorprendente leyenda -¡en inglés!- demuestra la palmarla necesidad de buscar una repercusión artificial en los visitantes y periodistas extranjeros, que a miles estarán en Barcelona durante los Juegos, deseosos de marcas y emociones fuertes. Y, además, libertad ¿contra quién, pues quien gobierna Cataluña desde hace muchos años es un nacionalista catalán, lo que lo hace más incomprensible.A no ser que quien ampara o defiende ese lema busque una politización espuria de los Juegos, en la que esté en pista no el desarrollo del propio acontecimiento, ni siquiera un aumento de los niveles de autonomía, la discusión de las fórmulas de financiación o los grados competenciales de Cataluña, sino el cuestionamiento del sistema mismo; un sistema democrático que reconoce y desarrolla las libertades individuales y colectivas. No habría que discutir en este caso la actuación de la minoría que desde siempre se ha manifestado a favor de la independencia catalana, ya que es coherente con su ideología, sino el doble lenguaje de algunos nacionalistas que siempre escogen lo mejor de cada situación, olvidando la solidaridad con los demás ciudadanos españoles que, manifiestamente, han apostado, apoyado y financiado la convocatoria y celebración de los Juegos en la capital catalana.Es seguro que el entusiasmo de los ciudadanos catalanes será mayor en estos 15 días, como lo ha sido durante el trayecto de la antorcha olímpica y como también lo ha sido el de los sevillanos en el desarrollo de la Exposición Universal. Pero ello no significa para nada que el acontecimiento tenga dimensiones exclusivamente catalanas, aunque éstas son lógicas y merecen el apoyo de todos. Así lo entendieron el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, representante ordinario del Estado en Cataluña, y el alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, cuando firmaron el pacto olímpico por el que se resaltarían tanto los símbolos catalanes como los símbolos comunes de todos los españoles. Este pacto se ha seguido hasta ahora de modo desigual, en detrimento de la simbología común, sin que se haya buscado el equilibrio. ¿No hubiera sido oportuno, por ejemplo, que, en el discurso de recepción de la antorcha olímpica en Empúries, Pujol se hubiese salido del guión original y hubiera dicho algunas palabras en castellano, lengua común de todos los españoles? El Rey, en otros momentos, habló el catalán en Cataluña y no pasó nada. España, Cataluña y Barcelona son los tres motores de los Juegos: si uno de ellos renquea o se anula, sufrirán los otros dos, y todo el proyecto. En el caso de que se monopolice la gestualidad catalana en detrimento de la más común y se genere un sentimiento de irritación frente a la primera, no habrá dudas: todo el mundo sabrá a quién mirar.El gesto del Rey, al inaugurar el pasado domingo el pabellón de la República, precisa la línea de la convivencia y de la solidaridad. Los nacionalismos tienen un importante contenido épico, y más en unos Juegos Olímpicos, pero no deben dar lugar a ambiguas acciones de deslealtad olímpica y, por ende, de deslealtad política. El fuego y la paz son las mayores representaciones olímpicas del patrimonio universal de unos Juegos, y sería lamentable que aparecieran otras derivando en el sentido opuesto.Hay que insistir en estas primarias cuestiones, sin ningún género de dramatismo, por tres razones básicas: porque acarrean el peligro de no resultar meras anécdotas; porque en la práctica constituyen casi el único problema político con que se enfrenta el acontecimiento que se inicia hoy, y porque conviene recordar que el trinomio que ha alimentado la llama de los Juegos desde antes de que se obtuvieran en 1986 es uno de los principales activos sociopolíticos a conservar, en permanente colaboración.Las sociedades modernas anclan su estabilidad y progreso en la articulación de los distintos niveles administrativos y entre éstos y el tejido social. Pese a los episodios de conflicto que han rodeado al proyecto olímpico, lo decisivo es que éstos no han desembocado en ningún momento en una crisis de ruptura. Si el modelo Barcelona 92 debe seguir simbolizando una apuesta de futuro es, principalmente, esa compleja pero eficaz articulación.Dentro de 15 días, cuando los Juegos bajen su telón, se podrá avanzar un poco más en el balance del año 1992. Un año en el que, además de los Juegos, la Exposición Universal de Sevilla o la capitalidad cultural europea de Madrid, se juega otro encuentro más mayúsculo: el de la incorporación plena de España a la Europa del Acta única. Habrá que restar de la suma total los vectores que impulsen otra dirección. En uno de los sondeos realizados por EL PAÍS este año se dibujaba a unos ciudadanos divididos en cuanto al entusiasmo por las celebraciones, pero unánimes en su opinión de que éstas deben ser utilizadas para avanzar. Esto es lo que interesa a los ciudadanos de toda España y esto es lo que debe suceder. Sin capitalizaciones vanas.
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